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Mujeres

La última oleada feminista/femenina del pasado día 8 no tiene precedentes. La marea violeta se ha llevado el statu quo de los géneros para pegar un acelerón a la historia y, de paso, volver a sorprender al resto del mundo que ya no sabe a qué atenerse respecto de los estereotipos hispánicos. El reducto más machista de Occidente ha empezado su demolición. España no gana para sorpresas después de la carnicería de la guerra civil: hemos tenido un dictador que murió en la cama, una súbita democracia, golpes de Estado y secesiones frustradas. Ahora se disuelve el mito de la española pasional, la Carmen de Mérimée, la visión que construyeron los viajeros románticos sobre un país ruralizado.

Sobre ese tópico de española por la que los hombres pierden la razón se había construido la imagen femenina nacional en la literatura universal. Ahí iban a parar mitos como Concha Piquer, la Sarita Montiel de «fumando espero» o la Lola Flores que rompió una cama haciendo el amor con el Indio Fernández, pero también contrafiguras mucho más contemporáneas y de la orilla progresista, como Ana Belén dando forma a la pasión turca diseñada por Antonio Gala y Vicente Aranda, o Penélope Cruz, fiel a su jamón, jamón junto a Javier Bardem pese a la retahíla de flirts que se le adjudicaron en Hollywood o sus pinitos como realizadora erótica para l´Agent Provocateur.

Es verdad que, en buena medida, lo que hemos vivido viene provocado por la influencia mediática del cine americano, donde las chicas han dado un decidido paso al frente no exento de postureo y marketing. La capacidad teatralizadora del show business anglosajón no tiene límites y en esa línea el nuevo orden de lo políticamente correcto se ha llevado por delante a muchos abusadores, incluyendo solo supuestos. Cuando las revoluciones se ponen en marcha siempre derraman sangre inocente e innecesaria.

Particularmente doliente es el caso de Woody Allen, a quien ahora niegan los/as que antaño mataban por un papelín tontarra en cualquiera de sus películas menores, de las que últimamente rodaba, cual artesano, una al año. Dejemos de lado la batalla de resentimientos amorosos y pulsiones freudianas que Woody lleva en curso desde hace tiempo con su ex, Mia Farrow, y sus hijas adoptadas, y recordemos que el trabajo creativo de este cómico judeoneoyorquino ha sido trascendental en el último tercio del siglo XX para dibujar las relaciones de mujeres que, precisamente, luchaban o se tropezaban con su propio proceso de emancipación.

Fue en esa ciudad que algunos llaman Jewishyork, la menos americana de las grandes capitales de EE UU, donde aparece la mujer actual, la feminista contemporánea, y es Allen quien mejor la describe y opone a un macho ya afligido, él mismo, al que solo le resta el sentido del humor y la inteligencia punzante para no naufragar ante Annie Hall, Hanna y sus hermanas, Blue Jasmine, Nola Rice o Jill Davies (la fulgurante Meryl Streep lésbica de Manhattan).

Que el tema de las mujeres no es menor y tiene visos de imparable lo atestigua que hasta el propio Mariano Rajoy se ha subido al carro femenino. Rajoy será todo lo indolente que sus críticos preconizan, pero no se le puede negar el instinto de la oportunidad. A las feministas que llevan décadas de movilización y conciencia les puede resultar ventajista, y algunas radicales incluso pierden los papeles insultando a Begoña Villacís o Inés Arrimadas porque no las consideran merecedoras de compartir esta nueva toma de la Bastilla. El error estratégico del radicalismo siempre pasa la misma factura.

Para el viejo marxismo, que seguía las ideas un tanto peregrinas de Federico Engels aunque muy de su tiempo victoriano, la culpa de todos los males femeninos provenía del orden burgués que sometía a la mujer a la esclavitud doméstica. La antropología moderna ha liquidado estas ideas para explicar el nacimiento de la civilización machista vinculada a las primeras estructuras de Estados belicosos y a las religiones solares que desembocan en los cultos monoteístas de origen revelado. Las diosas fueron sustituidas por el Dios, como explica el mitólogo Joseph Campbell.

El mundo burgués, contrariamente a lo elucubrado por la teoría revolucionaria, abrió el primer postigo para la revuelta femenina: la clase ociosa de sus salones dio paso a los novelones modernos protagonizados por los grandes personajes femeninos, muchos de ellos contrarios al orden establecido, de madame Bovary a Anna Karenina y de ahí al sufragismo, un movimiento muy burgués tal como se fabula musicalmente en Mary Poppins, una película menospreciada por el progresismo.

Contrariamente a lo que opina el feminismo antisistema, la alianza de las mujeres de todas las opciones ideológicas es trascendental para la conquista de una sociedad futura sin diferencias en cuestión de géneros. Las mujeres -las occidentales, claro- están cerca de ganar la guerra de la igualdad pero muy lejos de la revolución de las emociones, y rara vez en la historia se han podido hacer dos cosas al mismo tiempo. Pero todo se andará. El jueves, mi hija Casilda, de apenas siete años, subida al banco de la cocina nos explicaba las razones «del día de la mujer trabajadora€ que siempre está haciendo cosas: cocinando, limpiando, cuidando€ mientras los chicos se tumban tranquilitos en el sofá a ver un partido». Es evidente que las mujeres ya han conquistado el fortín de la opinión pública.

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