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Mujeres y poder: una paradoja aún no resuelta

La oratoria pública remite a un discurso siempre masculino, revestido de autoridad y propio del varón poderoso; incluso se evoca con tonos vocales graves. Por ello, para hacerse oír, algunas mujeres fomentaron una masculinización no sólo del contenido del discurso, sino también de la propia dicción, para que no sonase tan femenina.

En Mujeres y poder (Un manifiesto), su nuevo ensayo, Mary Beard, con su agudeza habitual, reflexiona sobre la voz y el gobierno en femenino. El libro reproduce básicamente el contenido de dos conferencias impartidas en el British Museum en los años 2014 y 2017, que, en versión abreviada, se retransmitieron por la BBC. Ambas disertaciones alcanzaron notable repercusión mediática, ya que la especialista en Estudios Clásicos, con notable maestría, traslada mitos de la Grecia antigua al presente. Su fin no es otro que poner de manifiesto la pervivencia de los prejuicios machistas, claramente evidentes en el desprecio o indiferencia hacia la palabra de las mujeres, o en la incapacidad para diseñar una alternativa a un poder siempre concebido como masculino.

En La voz pública de las mujeres, texto que corresponde a la primera conferencia, la profesora de Cambridge recuerda la reprimenda de Telémaco a su madre Penélope, porque ella había osado hablar en público. Este episodio se narra en el canto primero de la Odisea, donde, desde el comienzo de la obra, el varón está ligado al uso privilegiado de la palabra. No se trata de una simple leyenda, ya que en las páginas siguientes se mencionan los escasos testimonios históricos de mujeres que se atrevieron a vulnerar el monopolio masculino de la oratoria pública. Por ejemplo, de la antigua Roma sólo se conocen los tres ejemplos mencionados por Mary Beard. Dos de ellas, Mesia y Afrania, están consideradas abogadas, porque defendieron sus propias causas. La tercera, Hortensia, tomó la palabra en el foro para protestar por el intento de aplicación de una ley lesiva para sus intereses económicos. Lamentablemente, tales personajes escasean en la Historia.

Precisamente, la recriminación de Telémaco a su progenitora o la escasa presencia de las oradoras romanas evidencian de qué modo se menospreció la voz femenina; sobre todo por las dificultades para ser escuchada y respetada más allá de los muros del hogar. En realidad, la oratoria pública remite a un discurso siempre masculino, revestido de autoridad y propio del varón poderoso; incluso se evoca con tonos vocales graves. Por ello, para hacerse oír, algunas mujeres fomentaron una masculinización no sólo del contenido del discurso, sino también de la propia dicción, para que no sonase tan femenina. Como ejemplo, Mary Beard recuerda la arenga que pronunció Isabel I a las tropas con ocasión de la batalla de Tilbury en el año 1588 , en la que la reina asume un claro rol varonil. En un tiempo más cercano, la propia Margaret Tatcher intentó cambiar su voz, haciéndola menos aguda, para buscar la confianza del electorado británico. Ciertamente, existen dos voces, una femenina y otra masculina, pero solo la segunda reproduce el discurso dominante, identificado con el poder y la autoridad.

La segunda conferencia, Mujeres en el ejercicio del poder, fue pronunciada el pasado año 2017. En este caso, Mary Beard parte de Dellas, una novela de Charlotte Perkins Gilman publicada en 1915, en la que se describe una sociedad solo de mujeres, cuya vida idílica se verá perturbada por la llegada de tres hombres.

Se evidencia de qué modo ellas no han sabido reconocer sus propios logros. Un caso distinto lo representa el mito de las amazonas, eficaz y necesario para poner de manifiesto el desorden que preside una sociedad dirigida por mujeres, con ciertos paralelismos con las protagonistas de la Lisístrata de Aristófanes. Sin duda, se trata de un asunto recurrente en las biografías de otros personajes legendarios de la antigua Grecia, como evidencian Medea, la madre terrible que asesina a su descendencia; o Clitemnestra que urde el final de su esposo, el rey Agamenón, sin olvidar la rebeldía de Antígona. Unas y otras son poderosas, pero presentan comportamientos fuera de la norma. No dejan de provocar el caos y la violencia. De ahí sus finales trágicos.

Pero, como castigo ejemplarizante de los excesos del poder femenino sobresale el episodio de Perseo, que mata a la inquietante Medusa, como símbolo perfecto del dominio masculino sobre lo femenino, pero también del triunfo del buen orden social. Precisamente, la Medusa es para Mary Beard una de las representaciones más temibles del poder femenino, de ahí la tranquilidad que produce la victoria de quien exhibe su cabeza degollada. Como muestra de la pervivencia de esta leyenda y de su arraigo popular, en el libro se nos presenta una especia de cartel electoral de los seguidores de Donald Trump, en el que el rostro del ahora presidente de EE UU figura como un Perseo, cuya mano sujeta la cabeza de una Medusa, que lleva sobreimpresa la cara de Hillary Clinton.

Estos ejemplos, algunos sorprendentes, le sirven a Mary Beard y al público que fielmente la sigue para reflexionar sobre la compleja relación entre las mujeres y el poder. Aún se piensa en una voz femenina no equiparable a la masculina, porque, no lo olvidemos, mantenemos una «concepción masculina de la estructura del poder». La profesora feminista nos anima a pensar en un poder alejado de los liderazgos, de la celebridad y a construir otro centrado en los intereses de la ciudadanía y atento a la cooperación o la solidaridad. En tal construcción del poder, pero en última instancia en lo que debe el buen ejercicio de la política, han de tener cabida las voces femeninas. Para ello, han de romperse el ancestral privilegio masculino del monopolio de la voz pública.

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