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Voro Contreras

Psamético y Patricia

Contaba Michel Montaigne en uno de sus «Ensayos» la historia de un rey egipcio, Psamético, que no derramó ni una lágrima cuando vio cómo hacían prisionera a su hija y mataban a su hijo pero, en cambio, lloró sin consuelo y se golpeó la cabeza cuando vio a uno de sus siervos apresado por el enemigo. «Sólo este último infortunio puede expresarse con lágrimas, mientras que los dos primeros superan con mucho todo medio de poder expresarlos», justificó Psamético. Ayer me acordé del rey egipcio y del filósofo francés cuando escuché en la radio a Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el niño asesinado en Almería. «Lo que tiene que inundar ahora mismo España son los mensajes de esperanza y de cariño que había hacia Gabriel», pedía la mujer, y «no la rabia, el odio y todas las palabras que salen por parte de la gente, en cuanto a Ana, esa persona que no es persona». Pero la petición llegaba tarde. Si el domingo los noticiarios ya dieron una amplia información sobre la sospechosa, y los particulares opinaron sobre ella a través de las redes sociales, el lunes -casi al mismo tiempo que la madre pedía mesura- los programas matinales se regodeaban en la miseria ajena y apuntaban su intención de hacer del suceso -y de la «rabia y el odio» hacia la sospechosa al que hacía referencia Patricia Ramírez- su principal medio de vida.

Creo que no hace falta que explicarles que me parece normal dar una buena cobertura de lo ocurrido en Almería. Y que me parece lógico que los periodistas intentemos averiguar los porqués de un acontecimiento extraordinario como éste, y para ello tengamos que mirar en la vida de los demás. En cambio, me cuesta comprender que algunos puedan hablar horas y horas sobre lo mismo, que lo acompañen una y otra vez con las mismas cuatro imágenes de sus protagonistas y que usen métodos de intriga barata («está a punto de llegar la sospechosa al lugar del crimen») para mantener a los espectadores frente al televisor el máximo de tiempo posible. Y, claro, también me cuesta entender a quienes se desahogan e insultan a una desconocida (por mucho que se lo merezca) a través de un teclado y un ordenador. Por costarme, ni siquiera entiendo la entereza de la madre de Gabriel ante la muerte del pequeño. Pero sé que ahí el problema es mío, que ella, como el tal Psamético, ve ya lo que ha pasado desde un punto de vista que, por suerte, los demás no tenemos. Así que mejor admirarla, hacerle caso y callar. Todo demás es ridículo.

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