La gente cree que sigo viva porque continúo conduciendo mi viejo coche, haciendo la compra, llevando a los niños al colegio, preparándoles el desayuno, el almuerzo, la comida, la merienda y la cena.

La gente piensa que aún vivo porque hago las tareas de mi casa, me presento cada día en el trabajo y sigo escribiendo en este periódico.

La gente sospecha que todavía tengo pulso porque no saben que aquel día te vi alejarte con esos andares de pies demasiado rectos y sin girarte para comprobar si yo aún seguía allí.

La gente supone que mi corazón late porque próximamente tengo revisión en cardiología, porque pago mis impuestos y voy a las juntas de vecinos.

La gente asegura que estoy entre los vivos porque no saben que ya no me revuelves el pelo, que sigo esperando una llamada que no se produce y una cita que no tendrá lugar.

La gente da por sentado que existo porque no saben que te cansaste de esperar, porque no imaginan que no aguantaste que siguiera durmiendo con él y desconocen que ya no me llamas princesa.

La gente me supone viva porque de vez en cuando finjo reír, porque oculto mis ojeras bajo el corrector y porque me he comprado una falda nueva.

Pero la gente no sabe que ya no hay besos apresurados en el ascensor ni deshacemos urgencia la cama de nuestro hotel.

La gente asegura que vivo porque ignoran que elegí lo malo conocido y que no hicimos aquel viaje, finalmente.

La gente considera que tengo constantes vitales porque no sospechan que aún beso tus fotografías, que releo nuestras conversaciones y que se detienen cada vez en esa pregunta tuya sin respuesta.

La gente imagina que estoy viva porque riego las plantas, voy al cine de vez en cuando y leo todo lo que cae en mis manos.

Pero la gente no conoce que nuestra ropa ya no descansa junta y desordenada sobre el suelo, que nuestras tazas de café no ocupan la misma mesa y que el banco del parque no se acuerda de nosotros, el otro sí.

La gente estima que aún no he muerto porque siempre saludo, porque les digo la hora y hablo con ellos sobre el tiempo, pero no imaginan que la camiseta que duerme bajo mi almohada ha perdido tu olor, que cuando suena el teléfono no eres tú, que acabo el día con el carmín intacto y que ya nunca responderemos que «yo te quiero más».

La gente cree que sigo viva porque no saben que fui yo quien pidió al tren que se marchara, que vendí mi propio billete y que yo misma cerré la estación.

La gente cree que estoy viva, pero no.