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El otro lado

Mi madre entraba en la habitación y gritaba: «¡Lo tienes todo al retortero!». Retortero se convirtió una de las palabras más extrañas de mi vida. Esa combinación exagerada de erres y tes traía consigo resonancias semánticas terribles. Esta mañana, en un alto del trabajo, he levantado la vista, he observado el desastre de libros, cuadernos y periódicos de la habitación en la que escribo y de súbito se ha abierto la puerta, ha entrado el fantasma de mi madre y me ha espetado:

- ¡Lo sigues teniendo todo al retortero!

Mi madre. Mamá. He ido al diccionario a buscar «retortero» y su significado real no es tan terrible como el que yo imaginaba. Quiere decir «vuelta alrededor» y «cerco o mancha que rodea algo». Claro que todavía hay una tercera acepción según la cual significa «andar sin sosiego de acá para allá». Me identifico más con esta última. Caminar está muy bien visto, lo practico o procuro practicarlo todos los días, pero la mayoría de ellos, más que caminar, lo que hago es andar sin sosiego de acá para allá. De hecho, el sosiego llega con el agotamiento. Se ha escrito mucho sobre el paseo, todo bueno, pero no he leído nada sobre esta versión loca de desplazarse con furia de un lugar a otro para calmar la angustia. Caminar como el que anda sobre ascuas, como el que intenta dejarse atrás a sí mismo, como el que acabara de huir de infierno.

Hay, como decíamos, páginas memorables sobre el asunto. Las he leído todas, casi todas. Pero ninguna de ellas describe al individuo que hiperventila mientras recorre de un lado a otro el pasillo de su casa o el de la clase turista de un avión con 500 pasajeros. Eso es caminar también, eso es andar también. Mi madre, en fin, entraba en la habitación, exclamaba que lo tenía todo al retortero y se iba a recorrer la casa desde uno de sus extremos hasta el otro con la respiración entrecortada, como si, más que en una vivienda con puertas y ventanas, se hallara en el vientre de un submarino, presa de un ataque brutal de claustrofobia. Mientras escuchaba sus pasos, yo intentaba poner remedio al desorden de mi habitación sin darme cuenta, por no consultar el diccionario, de que el retortero estaba al otro lado.

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