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Las palabras son nuestras

No sé qué hemos hecho con la Historia. Cómo hemos desvirtuado los relatos, adaptando los hechos a una verdad tan particular que, por reduccionista, acaba siendo mentira. Si la sociedad del futuro se sustenta sobre las bases del presente, la cosa pinta muy mal. Nuestros valores son más individualistas y relativistas, que disfrazamos de comunidad comprometida cada vez que nos manifestamos pero, una vez concluida la queja, muerto el grito, no somos más que individuos buscando su bien particular. Alguien contó que el momento del nosotros ya pasó, que eso era cosa de hippies; que el ahora es del yo. Y así nos va.

Todo lo que hacemos, desde que nos levantamos hasta que volvemos a cerrar los ojos, está condicionado por el yo como único argumento supremo. Puro neoliberalismo psicológico. De la misma manera que la teoría económica utiliza la palabra libertad para justificar su abuso de poder -estoy en mi derecho, tengo la libertad de- anulando prácticamente el papel del Estado a favor del sector privado, el individuo ha asumido que su independencia es libertad, cuando ambos conceptos ya han sido convenientemente manipulados para que dejen de significar lo que creíamos que significaban.

Hace tres años, un estudio de la Universidad de Waterloo, en Canadá, sugería que el auge del individualismo estaba más relacionado con valores socioeconómicos y ya no tanto a condicionantes culturales o medioambientales. O sea, que lo que nos hace más individualistas es nuestro trabajo. Lo que vendría a explicar la importancia de las medidas económicas y laborales de un país en la construcción ética y moral de una sociedad.

Intento no ser pesimista pero me cuesta la vida. Miro a mi alrededor y todo es fruto de un individualismo neoliberal que ha forjado toda su teoría sobre una manipulación de la palabra libertad entendida no como un fin para lograr acabar con privilegios discriminadores, con poblaciones sometidas, con el miedo del más débil, sino para justificar precisamente el privilegio, para discriminar, someter, manipular, atemorizar, porque «estoy en mi derecho». «Es mi libertad». Las redes sociales no son más que la herramienta más precisa de este tipo de pensamiento. Mi opinión como estandarte. No importa la calidad de esa opinión, ni los valores que transmite; parte en igualdad de condiciones y atención que la de una mente responsable y reflexiva. El sometimiento del hecho, del dato, a mi opinión. El sistema alterando el relato. El relato convirtiendo el ideal de la libertad en una vulgar palabra que significa «haré lo que me dé la gana».

La semana pasada, el dramaturgo Guillem Clua explicaba muy bien, en un hilo de Twitter, el uso que el neoliberalismo y la sociedad individualista hacen de las palabras «libertad» y «democracia». Para ellos significan poder hacer lo que les dé la gana, aunque eso suponga recortar libertades del resto. Y por eso las pronuncian continuamente en sus discursos, en sus declaraciones, en sus tuits y sus estados de Facebook. Y siempre contra un grupo de ciudadanos que denuncia discriminación, sometimiento, que lucha por los derechos civiles, sociales, emocionales, de todos. Eso es muy molesto para toda una generación a la que únicamente le interesa su libertad, no la tuya; su opinión, no la tuya; su vida, no la tuya. Esta sociedad ha llegado a tal grado de decadencia que ha convertido un concepto universal y neutral como la verdad en un objeto más de consumo, en una herramienta del individualismo que sin pudor pronuncia mi verdad como un argumento perfectamente válido, desvirtuando por completo a la palabra de su honestidad y justicia. Mi opinión, mi libertad, mi derecho, mi verdad, mi semen, mi fe... de ahí al supremacismo hay un paso.

La investigación canadiense demostraba que el individualismo no había dejado de crecer en los últimos 150 años impregnándolo todo. Desde los productos que compramos en un supermercado hasta los valores que inculcamos a nuestros hijos en familias y colegios. Y, por supuesto, el lenguaje. El vocabulario individualista se nutre de palabras como libertad, albedrío, democracia... diseñando nuevas acepciones para su uso y disfrute.

Debemos impedir, si es que aún nos quedan fuerzas, que el neoliberalismo psicológico, que el individualismo, nos robe las palabras, las reinterprete, las dote de un significado pactado y a su medida. Porque nos están robando la dignidad, el tiempo, el empuje, la ilusión, el compromiso... pero no podemos permitirles que nos despojen del relato, del vocabulario, de las palabras. Las palabras son nuestras, no tuyas.

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