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Dos españolas

El pasado día 12 de marzo, Levante-EMV se hacía eco de la muerte de once personas en un accidente aéreo bajo el titular «Dos de las fallecidas en el accidente de un avión turco privado son españolas». Ambas habían obtenido el pasaporte español tras la entrada en vigor, en octubre de 2015, de la ley en materia de concesión de la nacionalidad española a los sefardíes originarios de España. No me voy a referir a las circunstancias del accidente, ni a la noticia, sino a algunos comentarios suscitados, en el sentido de «turcas con un papel que les reconoce una nacionalidad» o «españolas de papel».

Empiezo recordando el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia otorgado en 1990 a las Comunidades sefardíes del mundo y entresacando del discurso entonces pronunciado por Salomón Gaón: «Este acto nos amostra qui después de quinientos anios, Espania da una bienvenida a los Djidios que guardaron la lengua, las costumbres de Espania y especialmene el cariño por la antigua patria». En él, también introducía Gaón un poema escrito por Abraham Kapon, colaborador de Ramón Menéndez Pidal, A Espania, «en que dejaron nuestros padres a sus parientes enterrados y las cenizas de millares de sus amados».

Puedo imaginar a nuestros padres dejando su tierra en busca de otras que los acogieran en un desplazamiento que no fue sólo físico, sino también social, afectivo y cultural; un desplazamiento urgente: «Oyó el pueblo esta orden perversa y se afligió. A todo lugar al que llegaba el decreto real y su fuerza de ley guardaron un gran luto los judíos, gran terror. [€] Marcharon sin oponer resistencia, trescientos mil a pie del pueblo -yo en su compañía- desde los jóvenes a los viejos, niños y mujeres, en un solo día, de todos los estados del Rey. [€] He aquí que hubo aflicción y sombrías tinieblas, graves tribulaciones, rapacidad, quebranto, hambre y peste [€] Nos moriremos», escribió Isaac Abravanel, consejero del rey.

Pero no todos murieron. Nuestros padres vivieron en la diáspora, esta vez una dispersión de españoles que mantuvieron durante siglos el orgullo de su origen sefardí, a pesar del sufrimiento y la fatiga; como lo describió Borges: «Abarbanel, Farías o Pinedo / arrojados de España por impía / persecución, conservan todavía / la llave de una casa de Toledo. / Libres ahora de esperanza y miedo, / miran la llave al declinar el día; / en el bronce hay ayeres, lejanía, / cansado brillo y sufrimiento quedo».

Y son de Emma Lazarus, poetisa sefardí, las palabras impresas en la placa de la base de la Estatua de la Libertad: «Dadme vuestros seres pobres y cansados. Dadme esas masas ansiosas de ser libres, los tristes desechos de costas populosas. Que vengan los desamparados que las tempestades batan».

Con el tiempo quedaron los buenos recuerdos, las canciones, los romances, los cuentos, los cantos sinagogales, las consejas, las comidas, las tradiciones y una lengua que supieron transmitirnos por generaciones, en la que nacimos, expresando en ella lo que recordaban, pensaban y sentían, creando una España fuera de la España real. Como dedica Haim Vidal el texto Permanencia del castellano en las comunidades sefardíes después del exilio: «A mi padre (quien murió en Dachau), quien año tras año, me enseñó a distinguir entre el ladino de la Haggadah de Pésah y nuestra lengua de hoy en día, el djudezmo, dijudyo, djidyo o espanyol a secas».

Ángel Pulido escribió, en 1905, Españoles sin patria y la raza sefardí, incluyendo una carta de Miguel de Unamuno en la que, acertadamente, subraya que no le gusta la presencia de «raza» en el título; también escribió Unamuno que «mientras los judíos de Oriente [€] viertan en español sus sentires y sus añoranzas, será su patria esta España que tan injusta y cruel fue con ellos». Mientras, Blasco Ibáñez, de quien próximamente se inaugurará la exposición Blasco Ibáñez i el rostre de les lletres, definió el Barrio de Gálata, en Estambul como «el Barrio de Los Españoles, como lo titula la topografía popular, donde 28.000 judíos [€] emplean en el seno de la familia un castellano arcaico que es la lengua sagrada». Y donde los sefardíes, como en otros lugares de los Balcanes y del Norte de África, recreaban la atmósfera de España en su hacer diario, en sus casas, barrios y sinagogas, y por ello las llamaban de Aragón, de Castilla, de Córdoba€ como ellos se llamaban Toledano, Béjar o Cazorla.

Volviendo al Premio a las Comunidades sefardíes, también recogió Gaón «la promesa que con este premio se van a abrir para siempre para las comunidades expulsadas de Espania atrás 500 anios, las puertas de el antiguo país. Nosotros estamos llenos de emozion». Y una ley de 2015 dio los papeles y devolvió la «nacionalidad» que les había sido arrebatada, a las dos españolas fallecidas en el accidente aéreo.

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