«Las puertas siempre han sido lugares sagrados, comunican los distintos mundos», nos dice Martin Garzo. En las casas del México antiguo ponían una representación de cabeza de jaguar en las puertas para proteger a los que allí habitaban. En otras culturas se colocaba en la jamba de entrada, de la casa familiar, una caja o receptáculo que contenía un pergamino. Son muchos los signos que tradicionalmente se han venido poniendo en los accesos a los hogares para su protección o defensa. Incluso hoy subsisten muchas costumbres en torno a las puertas, ese elemento tan real y tan simbólico a un tiempo que nos habla de que hay un adentro seguro y un afuera incierto, ¡y los dos hacen falta!

En nuestra escuela las puertas están pintadas de amarillo «huevo frito». Son vistosas y acogedoras con ese bonito «color sol» que decía Alina a sus cinco años. Y nos sirven no sólo para dar paso, sino también para exponer fotos, láminas de arte, canciones, avisos o noticias. Las abrimos para que entren las familias a compartir con nosotros saberes y cariños, oficios y aficiones. Para que entren los amigos a traer informaciones, habilidades y alegrías. Para que vengan los compañeros a hacer talleres, a ver teatro, a bailar. También se abren para dejarnos salir a ver la ciudad, la calle, los museos, los castillos, el mar... Porque estamos abiertos a las personas, a los aprendizajes, a los juegos, a las relaciones, al emocionarnos, al desear, y la actitud que sustenta esta apertura al exterior es la que nos hace mantenernos curiosos, activos y ávidos de pensar y de sentir.

Yo siento que las puertas de mi clase se abren al mundo, que guardan secretos y tesoros, que preservan de fríos y calores, que cuentan nuestras cotidianas historias, que nos cuidan. Y me gusta comprobar que a la vez que se ocupan de mostrar nuestras diversidades y bellezas, tienen la opción de cerrarse para ofrecer bordes, para limitar, para contener, dar cobijo y defender el territorio personal y del grupo. Cada puerta en mi aula sostiene un «eje informativo», una parcela de saber grupal, o cultural. La que da entrada a la clase tiene el nombre del aula, una lámina de los animales que nos representan y carteles de bienvenida o de anuncio. Por detrás hay un letrero que reza: «Colección de palabras», y se va rellenando con las palabras que los niños eligen como sus preferidas. En la puerta que da al patio se suelen poner dibujos que representan las canciones y poesías que vamos aprendiendo. Actúa como una especie de cancionero colectivo y es bonito ver cómo los niños se sitúan ante ella, solos o con otros, para cantar o recitar. Es un espacio literario muy sencillo y asequible.

En la puerta que da al aseo hay una serie de registros en los que se muestran las características de los niños. En lo alto pone: «Así somos», y allí se sitúan los gráficos con el color del pelo y de los ojos de los niños y niñas de la clase, las alturas, los pesos, los dientes caídos, el número de hijos de cada familia, los que llevan gafas, los chicos y las chicas, etc. Héctor sugirió una vez hacer un registro con «los que tenemos la nariz ganchuda y los chatos». Aitor propuso reseñar los que tenían el ombligo hacia fuera como su hermano, o hacia adentro, como él. Lorenzo quería que se anotara dónde nació cada uno (para poder poner que él era el único nacido en Argentina). Emma quiso que apuntáramos los que estuvieron en incubadora, como Iker y ella. Otro cuadro propuesto por Aitana era de las patrullas de amigos. Adriana quiso que se apuntaran los novios para poder estar con Antonio en un «corazón de amor», porque, según decía: «Estaba muy orgullosa de él».

El hecho de que cada cual esté en todos los registros es la clave de su éxito para los niños, y de su valor, porque los cuadros hablan de diferencias y de inclusiones, de lo individual y lo grupal. Hablan de que hay muchas maneras de ser y de estar, y todas nos sirven y nos parecen válidas. Lo que viene a decir que todos valemos, mensaje muy estimulante y consolador para quienes empiezan su recorrido vital y necesitan autoestima y seguridad. Es corriente ver a uno o a varios niños consultando los cuadros y constatando su presencia en esas pequeñas instancias de realidad compartida.

¿Serán estas maniobras asuntos matemáticos, grupales o emocionales? ¿Tendrán contenidos lingüísticos, psicológicos, de conocimiento físico o social? Yo lo que veo es que contienen muchos objetivos curriculares y muchos saberes, pero también muchas vivencias de grupo, y mucha calidez. Es como si representaran las miradas de todos puestas en los demás, y en si mismos. Es una constatación práctica de que cada cual es mirado por todos sus compañeros y por mi. Y no sólo mirado, sino respetado en su genuino modo de ser, y aceptado, y querido. Qué interesante sería lograr tener en nuestras escuelas unas puertas que se abran a la vida, que no atrapen, que dejen entrar y dejen salir. Unas puertas que nos ayuden realmente a dar a los niños un lugar segurizador y afectuoso: su escuela.