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Novios de la muerte

No sé la sensación que habrá producido al lector si es que lo ha visto, pero a quien firma estas líneas la imagen le causó una fuerte desazón

No sé la sensación que habrá producido al lector si es que lo ha visto, pero a quien firma estas líneas la imagen le causó una fuerte desazón.

Ver a cuatro ministros del Gobierno acompañar con sus cantos, fingidos o no, a los de los fornidos legionarios que llevaban en volandas al crucificado no parece compadecerse bien con la aconfesionalidad del Estado.

Es cierto que nuestras Navidades y nuestra Semana Santa son, tal y como expresaba El Roto en uno de sus extraordinarios dibujos satiricos, "cristianismo de temporada".

Las Navidades se han convertido en unas fiestas volcadas al consumo, justo lo contrario del mensaje evangélico, mientras que la Semana Santa tiene entre nosotros un carácter cada vez más folclórico, de atractivo turístico.

Bastaba recorrer los días pasados las calles de cualquier del Sur para ver cómo se llenaban las terrazas de gente comiendo churros mientras por otras calles marchaban los penitentes con esos capirotes que a uno le recuerdan las imágenes goyescas de la Santa Inquisición.

Como particulares y creyentes, si es que lo son y no sólo de boquilla, los ministros pueden por supuesto mezclarse entre el público y acudir a la procesión que les venga en gana, pero colocarse juntos y en primera fila para salir en la foto junto a los barbudos de la legión que cantaban eso de "Soy un novio de la muerte" es un gesto intranquilizador.

Un gesto al que tal vez no den muchos importancia o que incluso puede gustar al sector más conservador del electorado, pero que a otros, que desearíamos que el Gobierno, sea el que sea, se tomase en serio eso de un Estado laico, nos produce un natural rechazo.

Claro que qué puede esperarse de un Gobierno que concede medallas de oro del mérito policial a una virgen y cuyo ministerio de Defensa justifica el que ondeen a media asta a partir del Jueves Santo las banderas en las unidades militares en señal de duelo por la muerte de Cristo.

Demasiadas guerras se han emprendido a lo largo de los siglos en nombre de la religión, la nuestra y las de otros, como para seguir mezclando irresponsablemente la cruz y las armas.

Nuestra religión, que como otras, se ha creído siempre la única verdadera, tiene un enorme potencial de intolerancia, que hay que desactivar: esa confusión entre religión y poder político es siempre letal.

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