Con el objetivo inicial de facilitar la realización del referéndum en Cataluña, la CUP, en su camino irrenunciable a la república catalana, puso en marcha en 2017 los llamados Comités de Defensa de la República.

Resulta difícil no ver aquí un claro guiño a los Comités de Defensa de la Revolución Cubana que, desde 1960, vigilan en cada calle de Cuba la vida de los vecinos. Parejas de «cederistas», por riguroso orden de lista, hacen guardia por turno hasta las seis de la mañana, para evitar los robos y la actividad contrarrevolucionaria. Tras la madrugada con el sueño roto, hay, no obstante, que ir a trabajar; todo es parte de la fiesta de la revolución.

En su día, los CDR fueron pieza clave para controlar a todos los cubanos. Para cualquier cambio de trabajo o para pertenecer a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) o para ingresar en las filas del Partido Comunista de Cuba (PCC), se pedía previamente información al Presidente o al Ideólogo del correspondiente CDR.

De la respuesta a las preguntas más frecuentes (¿hace guardias para el Comité?, ¿participa en otras actividades organizadas por el Comité?, ¿participa en las reuniones organizadas para leer los discursos de Fidel y debatir sobre ellos?, ¿ha tenido trato con extranjeros?, ¿es homosexual?)€ dependía la vida civil del investigado.

Convenía andar al hilo€ como dice Glenda, que participó en ambos lados, como verificada y como verificador, y cuyo testimonio para construir este relato ha sido fundamental.

Los niños también tenían su tarea, eran miembros de «la patrulla click», cuya misión era ir casa por casa, recordando a los vecinos que debían apagar las luces innecesariamente encendidas. Si el patrullero veía desde la calle una bombilla encendida y no veía a nadie en la estancia, tocaba a la puerta para decir que «debes hacer click». Bien sabido es que «los niños tienen la capacidad de tiranizarte con amor», recuerda Glenda.

Los Castro han sido la patrulla click de Cuba, con poder para deshacer la vida de cualquiera que tomase el mínimo impulso con ánimo de progresar.

En los años 80 cortaron de raíz la actividad de los llamados «merolicos», que eran vendedores ambulantes de objetos de ferretería, artesanía, etc. Ahora se les llamaría cuentapropistas. Eran el germen del capitalismo, alegaron. Les prohibieron vender después de que habían sido autorizados a hacerlo.

En los 90 favorecieron a las empresas mixtas (capital cubano y extranjero, con predominio del primero), luego empezaron a ponerles trabas de todo tipo para hacerles sucumbir. Ahora lo hacen con los agricultores.

Es decir, hicieron y hacen «click». Los cubanos tienen miedo al cortocircuito, pero, al mismo tiempo, ya están acostumbrados. Especialistas en deconstrucción, los Castro podían y pueden usar en cualquier momento ese dominio que tienen de la contraorden.

El próximo 19 de abril, la fecha no es casual, es el 57 aniversario de la victoria en Bahía de Cochinos (Playa Girón), «la primera derrota del imperialismo yanqui en América Latina». Ese día se conocerá en quién recae la presidencia de Cuba después de seis décadas de dominio de los Castro. Todo parece indicar que será un ingeniero electrónico, Miguel Díaz Canel, (57 años), nacido después de la revolución, que no forma parte de los «históricos», procedente de las canteras del PCC y que ya ha garantizado públicamente, por la cuenta que le tiene, la continuidad, «siempre habrá presidente en Cuba defendiendo la Revolución». Pero los cubanos ya no dan nada por seguro, en cualquiera de los sentidos.

Cierto es también que las nuevas generaciones han sido moldeadas por una realidad distinta. La desideologización es evidente. Muchos jóvenes han viajado al extranjero, incluso hijos, sobrinos y nietos de los dirigentes del partido.

El mandamiento de ascetismo y humildad impuesto por la revolución ha sido desarticulado. Algo tan elemental como entender que la dignidad no es aguantar con resignación las privaciones, sino intentar vivir mejor, se ha abierto paso.

Hace muchos años que el CDR languidece en el desguace, víctima de la indiferencia de los cubanos. Una vez al año su presidente pasa a cobrar la cuota de financiación. La patrulla «click» en los 90 ya no existía. Si la hacen revivir, sería muy doloroso tener que apagar la luz del cambio, cuando todavía el gas de la bombilla no ha calentado.

La salida de los Castro del poder, al menos nominal, anticipa cambios entre los que no cabría descartar el de los Comités de Defensa de la Revolución.

Los CDR catalanes son asambleas locales y de barrio que se extienden por todo el territorio con el objetivo de «defender la República de forma pacífica, pero contundente». Su última aparición, con la boca tapada y proclamas como ´vergüenza de Europa´ o ´brutalidad policial´, ha sido en el aeropuerto del Prat, como recibimiento a los visitantes del congreso mundial de móviles.

Los CDR catalanes (ya hay 170 registrados), recuerdan a la Barcelona de 1936 a 1939 y sus Patrullas de Control que, a sueldo de la Generalitat, paseaban a fascistas, cedistas, patrones, nacionalistas, poumistas (si eran cenetistas), cenetistas (si eran poumistas) y un etcétera tan largo como arbitrario.

El Estado de Derecho y la justicia constituyen la única justificación posible del uso de la fuerza en una democracia. La fuerza sin justicia es abuso. La justicia sin fuerza es un brindis al sol. Quienes persiguen subvertir el Estado de Derecho con su propia fuerza, a la que pretenden disfrazar de justicia, lo hacen sobre unos cimientos ruinosos, sobre la afirmación de «mi razón sobre la tuya».

Esa debilidad en el soporte es la que termina provocando el cortocircuito en los Comités de Defensa, sean de la Revolución Cubana, de la República Catalana o del orden de mi casa.

Quien atenta contra el Estado de Derecho atenta en realidad contra todo aquello que el Estado de Derecho (que no es más que un instrumento) protege: los valores superiores del ordenamiento jurídico: libertad, justicia, igualdad, pluralismo político, seguridad jurídica, dignidad de las personas y paz (por fin, después de tantos años a garrotazos). Estos valores son imprescindibles en cualquier democracia.

Claro que, con el tiempo, el desgaste de defender revoluciones despierta al individuo para que se ocupe tan solo de vivir. Click.