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Javier Cuervo

El fin de la comedia

El camino de los independentistas catalanes hacia su república ha tenido grandes momentos cómicos pero eso no despista, ni un instante, de la seriedad del asunto

El camino de los independentistas catalanes hacia su república ha tenido grandes momentos cómicos pero eso no despista, ni un instante, de la seriedad del asunto. Nadie puede quitarnos los buenos ratos que nos dio un presidente que comparte con "El Lute" y Houdini el gusto por la evasión y que tiene de "Cantinflas" la capacidad de proclamar y, a la vez, no proclamar la república.

Qué despiertos nos ha tenido la creatividad independentista, que quedó a un paso de investir a Puigdemont por fotocopia 3D compulsada y de activar el Plan Z: ofrecer al último encausado suplente para president después de una cascada de dimisiones, con tal de llegar a unas nuevas elecciones. Cuánta coherencia con ese "los catalanes sólo queremos votar", que quiere decir, literalmente, que sólo quieren votar. Votar sin gobernar ni asumir las consecuencias legales de sus actos. La frase sería correcta de no ser porque los independentistas, siendo catalanes, no son "los catalanes". Entre los catalanes, como entre cualquier grupo, hay de todo. Pronto habrá patriotas de Tabarnia.

La captura de Puigdemont acaba con el emocional "mía o de nadie", el paradójico "independiente o me voy de casa" y los juegos de palabras "mejor presidente que presidiario", "presidente residente" que, letra arriba, letra abajo, se pillan en dos lenguas. Lo peor para el huido es que lo pillen y lo de menos, que sea en una gasolinera como si un líder de PDeCAT fuera un CD de "Camela".

La razón de tomar en serio esta comedia es que se alarga y pierde gracia. Está bien que trabaje la justicia pero debe hacer algo creativo la política. En Cataluña se sabe protestar y reprimir como en las mejores ciudades europeas y luego no vale decir "yo no fui" ni "fue sin querer".

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