Son raras, valientes, tal vez aguerridas católicas o singulares feministas. O tal vez, ni lo uno ni lo otro. Solo mujeres que quieren hacer aquello que quieren hacer, que no es poco, aunque tal vez a algunos les parezca mucho. Mucha subversión, mucho delirio transgresor, algún que otro dolor de cabeza para vecinos, vecinas, cofrades y autoridades municipales. A algunos hombres les molestan las costaleras de Semana Santa, tal vez solo a algunos, puede ser que a casi todos o no, no lo sé, tal vez a algunos sí y a otros no, no me atrevería a hacer ninguna afirmación tajante. En cualquier caso, a los costaleros de toda la vida, a esos a quienes en el ser costalero les va su hombría, su ser alguien en esta vida prendada de clubes en los que ejercitar la masculinidad excluyente, parece que les fastidia, o les molesta un poco, tal vez solo un poco, ligeramente, sin ánimo de molestar ni de ser políticamente incorrectos, que a unas cuantas mujeres se les haya ocurrido la perversa corporeidad de levantar sobre sus hombros y espaldas, riñones enfajados, todas a una, la belleza de las imágenes policromadas que dicen representar lo sagrado.

A algunas cofradías, o tal vez a casi todas, les ofenden estas mujeres incómodas. Lo mismo podríamos decir de algunas otras mujeres, solo de algunas otras mujeres, ensimismadas en una femineidad que las debilita y empequeñece. Las costaleras transgreden las reglas. Es raro, poco habitual, ver a mujeres de entre 18 y 60 años levantar sobre sus hombros más de 300 kilos, a veces hasta 800, puede ser un poco más, tal vez un poco menos. Se dice pronto, se imagina tarde, porque el discurso imaginario sitúa a lo femenino siempre en el lugar de la debilidad de los cuerpos. La Hermandad de la Santa Faz de Alzira y su Verónica, 400 mujeres costaleras aguantando las chanzas de sus homólogos masculinos, también de muchas otras mujeres, soportando 300 kilos de peso sobre sus cuerpos, imaginando ser los pies de la Verónica durante cinco años. Un año más, una nueva victoria. La Hermandad de la Cofradía de la Pasión del Señor, en Guadalajara, mujeres que cargan con la imagen de la Piedad y que dicen no necesitar la fuerza física para hacerlo, sino la fuerza interior para aguantar lo que se les viene encima debajo del Paso Santo. Aguantar y resistir. Un año más, una nueva victoria. La Cofradía de María Santísima de la Caridad de Vila-Real, costaleras en su primer año, un nuevo desafío, una nueva victoria.

En Sevilla no quieren a las costaleras. Las vetan, sus juntas de gobierno les prohíben el paso, el aguante, el arrojo ajetreado. Las costaleras emigran hacia otras provincias donde sí pueden cargar. Algunos capataces han presentado su dimisión debido a su negativa de liderar cuadrillas mixtas en las que las costaleras estén presentes. Las soluciones de urgencia para tiempos de cambio se han precipitado. Más allá del detalle, lo relevante es que las costaleras han abrazado un gran peso sobre sus hombros: así les echen el peso que les echen, la religiosidad popular del catolicismo mediterráneo no puede prescindir de ellas. Se imaginan portadoras de lo sagrado, una sacralidad portadora de emociones mixtas, o tal vez solo de comuniones intemporales trascendentes que abarcan también a los cuerpos femeninos. Riñones enfajados y todas a una. A las costaleras ya no hay quien las pare.