El 8-M marcó un hito histórico en el intenso recorrido feminista. Algunas voces críticas -autorizadas, a mi juicio- advierten de la necesidad de dinamizar ese activismo latente, pues, en caso contrario, quedaría en soflama esta ola de energía, sororidad y empoderamiento. A buen seguro que este 2018 será un año de feminismo radical -en el sentido más etimológico y profundo del término- y, si bien quedará todavía camino por recorrer, la agenda feminista sumará importantes logros. Con todo, ¿qué papel juega el pasado feminista en nuestro presente? ¿Quién se ocupa de salvaguardar la savia intrínseca a la propia genealogía feminista? ¿Cómo trasladar la herencia de tantas activistas y pensadoras feministas sin caer en una brecha generacional? ¿Es posible trazar puentes entre el ayer y hoy feminista?

Esta inquietud surge del malestar que produce escuchar a jóvenes feministas despotricando contra las que consideran «feministas cristianas», a su juicio, todas aquellas que toman como referentes autoras legendarias como Kate Millett, Betty Friedan o Simone de Beauvoir. Se consideran «transfeministas» y defienden la prostitución -es el caso de Virginia Despentes- o los vientres de alquiler. Sin ánimo de repartir carnés feministas, considero oportuno e ineludible apelar a los mínimos éticos del feminismo. Ni la prostitución, ni la pornografía, ni la prostitución uterina (eso que consideran «gestación subrogada») caben en el seno feminista, algo sobradamente argumentado si acudimos a la obra de nuestras maestras. De ahí la importancia, no sólo de pancartas, sino también de una rigurosa formación académica indispensable si deseamos introducirnos en tantos debates sobre la igualdad.

La Federació de Dones Progressistes entregó recientemente en el Ateneo de València sus Premis de Dones Progressistes. Casi tres décadas -que se dice pronto- reconociendo a mujeres activistas referentes en igualdad. En pocos metros cuadrados cientos de historias de luchadoras infatigables. En esta edición dieron su reconocimiento a Maribel Martínez Benlloc, directora del Institut Universitari d´ Estudis de la Dona; Associació Dones Progressistes de Massanasa; sindicalistas M. Ángeles Bustamente, Cristina Ochando, Beatriu Cardona y Emilia Moreno de la Vieja; la incombustible y querida Amparo Mañés, de la Unitat d´ Igualtat en la Nau; y, por último, la actriz y guionista Leticia Dolera, recogiendo el premio en representación suya Paqui Méndez, además de amiga, maestra en Coeducación y fundadora del proyecto «Curts per la Igualtat».

Allí asistieron incontables feministas de larga e intensa trayectoria. Imposible mencionarlas a todas, si bien destacaré a mi siempre admirada Carmen Alborch (escucharla siempre es un chute de alegría y emoción), Neus Campillo, profesora de quien esto escribe, Asun Ventura (ídem), Capitolina Díaz (ídem), Julia Sevilla (ídem), Gema Fabregat, Cristina Llorens, Ángela Escribano, Gusi Bertomeu y, en el ámbito político, Isabel García, Diputada de Igualdad, Isa Lozano, Regidora de Igualdad en el Ajuntament de València y María Such, Directora General del Instituto de las Mujeres. Muchas historias feministas, infinita complicidad y un deseo por mi parte: el de fortalecer un sólido vínculo intergeneracional. A la espera de este reto, felicitar a Amàlia Alba, presidenta de Dones Progressistes, por recordarnos cada año que la lucha feminista cuenta con auténticos referentes. Ella misma. Todas las mencionadas son testimonios de ejemplaridad pública. Igual que la propia Federació de Dones Progressistes.