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El partido ruso

No sé si Rusia se puede entender, para entender lo que sea hay que fijar primero sus límites y la especialidad rusa es su negación, traspasarlos, salir del bosque, llegar al mar, dejar de ahogarse en la pesadez de la tierra infinita. Yo soy del partido ruso. Cuando tenía cuatro años, los primeros novios de mi hermana me enseñaron el Sputnik y el rock and roll. Mi padre también estaba fascinado por la proeza técnica del Sputnik. De cosas así están hechos los tegumentos de la memoria, que es la materia que nos constituye: el ensueño del tiempo. Pocas cosas tan rusas como el rompehielos que es un artefacto que va creando su ruta a medida que avanza. Muy de Antonio Machado, sí.

Está en la naturaleza del Extremo Oriente darse la mano con el extremo occidente. Por eso los portugueses redescubren India, China y Japón y por eso, los españoles, subiendo por lo que hoy es Oregón, se topan con los tramperos rusos recién llegados a Alaska desde Siberia. Que luego le alquilaran la finca al Tío Sam por un precio ruinoso sólo indica que empresarial y políticamente son un desastre considerable. Pero aquí no cuenta la política, sino esas oscuras y por suerte nada explicadas simpatías que hace que para algunos de mi gremio sea prácticamente un deber escribir una novela rusa (Emmanuel Carrére se lo tomó al pie de la letra y Vázquez Montalbán dice de Pío Baroja que intentó lo mismo en El mundo es ansí. Con éxito, añado). Yo hubiera titulado El punyal d´Abraham como Pares i fills, pero Tuguéniev se me adelantó.

Luego está Doctor Zhivago, que yo vi a la edad perfecta -quince años- para que todos mis estremecimientos adolescentes se volcaran sobre la fragilidad de Julie Christie. Y la temible resolución de la locomotora: Raskolnikov cabalga la bestia. Me he fijado en las fotos de las casas reinantes de Europa y a menudo se encuentra uno con una colección de callos impresionante. Solo la casa imperial rusa, papá incluido, parecían una escuela de modelos de alta costura. Y por todo eso y por mucho más, soy del partido ruso, es decir por nada o porque sí.

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