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Alfons García03

Ética sin memoria

Una anécdota apócrifa (de esas que han engrandecido la leyenda de la Transición) dice que, tras la muerte del dictador, cuando la democracia estaba aún en pañales, un grupo de banqueros se reunió ante la llamada a que tenían que contribuir a la financiación de unos partidos imberbes y ruinosos. Si la anécdota es real, que tiene trazas de ello, al más opusdeísta del lobby financiero le tocó apoquinar para la campaña del Partido Comunista de España (PCE) y, aunque se levantó indignado y con el morro torcido de la mesa, cumplió con el compromiso.

Cuarenta años después, con una democracia ya con síntomas de fatiga, andamos con menos ilusión que entonces pero indiciariamente (palabro de moda) con las mismas cuitas. Si las sospechas de que PSPV y Bloc financiaron parte de sus campañas en 2007 con aportaciones irregulares de empresas a través de facturas falsas se acaban confirmando, será la demostración de que existe un problemón con el pago de las elecciones y, lo que es más penoso, de que el ser humano es el animal que más pronto olvida.

¿Alguien se acuerda ya de Filesa? Fue un caso de corrupción por el que el PSOE financió parte de su campaña electoral de 1989 mediante el inflado de contratos públicos. Parte de ese modus operandi es el que los socialistas valencianos y el Bloc habrían imitado para pagar, 18 años después, su campaña autonómica y municipal respectivamente y que ahora está en investigación. Sería, siempre si se confirma, la demostración de que el hombre no recuerda ni lo que pasó hace dos días ni siquiera aunque le haya afectado en sus propias carnes.

¿Es posible que haya pasado? Es la pregunta que la familia más formula a los periodistas estos días. Lo dirán los jueces y, tal vez antes, si hay algo oscuro, los partidos afectados, dado que su principal línea de discurso estos años (la del levantamiento de la hipoteca reputacional) está en juego. Si hay mancha, les conviene limpiarla cuanto antes. Ahora bien, sobre la pregunta: posible es. Solo hace falta evocar el contexto de hace una década, con una prosperidad cimentada sobre la especulación urbanística (inviable sin la colaboración de políticos o funcionarios) y el dinero rápido. Y cualquiera que se haya quemado en ese infierno sabe que lo mejor es poner peras en todas las cestas (políticas). El sabio de Rafael Chirbes lo explicó bien.

Lo peor de todo esto, tan descorazonador, es pensar que, a pesar de que todos, partidos, prensa y sociedad, ponen (ponemos) hoy el grito en el cielo y llevan con celo la financiación de las campañas, dentro de diez años o quince años, cuando pase este frenesí de persecución social y judicial a la corrupción, estaremos posiblemente con un escándalo del mismo percal.

Un amigo togado, ya ajado en batallas y de natural pesimista, proclama que la única disuasión real es el miedo a ser cazado. Lo demás, agencias de prevención, códigos éticos o comités de buen gobierno, bufes de pato, dice con sorna. ¿Y si al final, el buen cenizo va y está en lo cierto? ¡Qué bonito si todo fuera un circo montado sobre una denuncia falsa! No es ya por la fe en la democracia, sino solo por no darle la razón una vez más.

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