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Mi casa es la tuya

Una octogenaria anónima ha firmado ante notario la donación de su casa en el barrio de Montolivete a favor del ayuntamiento de València, para que lo destine a vivienda para ciudadanos menesterosos una vez ella fallezca: «personas en riesgo de exclusión social, familias monoparentales o muy necesitados». El alcalde, Joan Ribó, ha manifestado que «un gran gesto como el de donar un piso nos hace crecer como sociedad» y la Concejala de Igualdad y Políticas Inclusivas, Isabel Lozano, dice que «un caso como este, la donación de un bien patrimonial, no ocurre todos los días».

Conozco otro caso de intento de donación de un bien patrimonial que no tuvo un final tan feliz. El viernes 15 de abril de 2016, a las ocho de la mañana, cuando me dirigía a la Biblioteca y Hemeroteca de la plaza de Maguncia, el lugar en el que tantas veces he pasado las mañanas gracias a la dotación cero de medios que me proporcionaba la Diputación de València, me percaté de que en la parada del autobús estaba el concejal Vicent Sarrià, octavo teniente de alcalde y coordinador del área de Desarrollo Urbano y Vivienda de València. Detuve el coche y le pedí audiencia instantánea, porque, la verdad, cuando vas a pedir una visita a cualquier mandatario público -de los de antes y de los de ahora- te lo ponen poco menos que imposible.

Conozco a Vicent Sarrià desde que era president del Consell de la Juventut, hace más de veinte años. El encuentro me venía como anillo al dedo para presentarle una propuesta que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo, y que ya había comentado con compañeros suyos, como precisamente la concejal Lozano cuando fuimos a verla a su despacho de la antigua Tabacalera, a principios de legislatura. Esta propuesta era idéntica a la que ahora le ha sido aplaudida y aceptada a la octogenaria de Montolivete.

Me precio de haber restaurado y repristinado una vivienda histórica rural de València de casi cien años. Todos los que la han visitado la tienen por museo de curiosidades tradicionales valencianas, al hilo de mis investigaciones y mis pasiones autóctonas. Sólo tengo, que yo sepa, un hijo con discapacidad al que le he exigido siempre las máximas capacidades, y que será seguramente mi única descendencia. No voy a llevarme nada; lo quiero dejar aquí todo, y para todos.

El concejal Sarrià iba a su despacho del ayuntamiento, me comprometí a llevarlo yo, con el ruego de que me acompañara a la vivienda y allí le ofrecí regalarle la casa, con el único detalle de mantener un usufructo para mi hijo mientras viviera y con la idea principal de que, como edificio de varias plantas susceptible de ser ampliado según el Plan General, fuera destinado a «personas con discapacidad a las que se ayudara a tener una vida independiente».

Le comenté a Sarrià que mi idea siempre aleteaba en torno a crear un Museo de la Discapacidad que colaborara a la inclusión y normalización, entidad que no creo que exista otra similar en el mundo; pero era consciente de que las normativas para un museo son muy estrictas y quizás el edificio no lo permitiera. Sin embargo, siendo como es una vivienda, con su cédula de habitabilidad vigente, sí que veía factible que se pudieran instalar allí unas personas dependientes con aspiración de independencia, trasladando en su día los libros y los objetos artísticos al archivo u otros museos municipales.

Sarrià, desde luego, no estaba acostumbrado a que le ofrecieran regalarle una casa muy a menudo, se mostró muy sorprendido y al mismo tiempo se comprometió a realizar todas las gestiones para poder encauzar el asunto. En mi libro de visitantes ilustres dejó escrito un significativo mensaje: «Impressionant el treball fet en esta casa, que es un compendi de valenciania, art i originalitat».

Volví a encontrar a Vicent Sarrià en el gran evento de los premios del diario Levante-EMV que se celebró en el Palau de les Arts en mayo de 2017. En ese momento yo era ya el proscrito social que mis acosadores habían diseñado con sus falacias. Sarrià estuvo muy dubitativo, pero me comentó que había preguntado sobre la donación de mi casa y que le habían contestado que yo podía donar lo que quisiera, pero lo que no podía pretender es imponer un destino a lo donado, una vez pasara la propiedad a manos municipales.

Me extrañó mucho la respuesta, y más ahora, cuando a la señora de Montolivete le han permitido dictar sus meritísimos fines. Por eso me he decidido a dar a conocer tan extraño desenlace, porque además el concejal Sarrià está en plenas funciones y puede corroborar que esta historia es cierta.

Al hilo de lo anterior, el 21 de marzo la Fundación Asindown presentó un proyecto inclusivo, «La Mare que Va», que perfectamente se hubiera podido adaptar al edificio de mi propiedad y así lo hubiera propuesto de haberlo sabido, y eso que soy socio de la entidad desde hace 25 años.

Ojalá el ayuntamiento les conceda una parcela en el Parque Central, pero en las grandes administraciones cualquier movimiento siempre resulta lento y torpe.

Después de haber sido calumniado tan reiteradamente con esas acusaciones inverosímiles, que la Fiscalía descartó totalmente, creo conveniente hacer saber que, precisamente, lo que pretendí en mi vida, desde mucho antes de que se me pusiera en entredicho, fue donar y regalar todo lo que tengo a la sociedad donde vivo.

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