Se presenta estos días un magnífico documental que, con el sugerente título de Espais de pau en temps de guerra, precisa y resume ya de entrada el carácter y condición de la experiencia que recoge. Una realidad contradictoria, compleja, excepcional. Espacios de paz, en tiempos de guerra: luces en medio de las sombras trágicas del intenso tiempo de 1936 a 1939. Se describe y valora en él una iniciativa más de entre los ensayos educativos de aquellos años, que dejaron pocas noticias y no demasiados rastros. Merecía la pena rescatarlos y estudiarlos, darlos a conocer, tratando de hacerlo desde el rigor, sin mistificaciones ni simplificaciones.

Germán Ramírez y Vicent Torregrosa los descubrieron hace algún tiempo y los pusieron de relieve, en el caso de la colonia colectiva de Bellús; el primero dio noticia y el segundo desarrolló posteriormente su estudio. Y ahora el documental que sobre ella ha dirigido Jaume Bayarri, y a través del guión preparado por el profesor Torregrosa, Jaume Bayarri y Fran Moral, nos los ofrece de manera clara y atractiva Paella productions. Así se completan y especifican las investigaciones y publicaciones realizadas sobre estos temas por los profesores Juan Manuel Fernández Soria, Mª del Mar del Pozo y Rosalía Crego o Alicia Alted; uniéndose a las perspectivas valencianas elaboradas por autores como Cristina Escrivá, Rafael Maestre, José Ignacio Cruz, Joan R. Morell, Joan J. Torró, Carlos Salinas, Luis M. Expósito, Gabriel Benavides, José Manuel López Blay, etcétera.

El asunto o el problema al que se refieren no era menor: se interesaba en cómo proteger a la infancia en tiempos de guerra y cómo asegurar la continuidad de su formación básica. La terrible situación de la I Guerra Mundial ya había puesto en evidencia la magnitud del problema y abierto un conjunto de actuaciones que trataron de generar respuestas para una justa y eficaz atención. Y la Declaración de los Derechos de los Niños formalizó una importante manifestación de reivindicaciones y garantías. También nuestra Constitución de 1931.

El desarrollo de la contienda que se inicia en julio de 1936 provocará, pues, la urgencia de establecer aquí diferentes organismos y medidas de apoyo y solidaridad, que no solo se dedicaran a «sustraer a la infancia del ambiente bélico» y de cuidar de las necesidades primarias, sino que concurrieran a la tarea de escolarizar a niños y niñas que habían sido evacuados de sus respectivas residencias; de una forma, claro, en que las difíciles circunstancias obligaban a combinar hogar y formación de la personalidad, convivencia y escuela, comunidad y aprendizaje. Como motivo o como consecuencia aquellas actuaciones -gubernamentales o de entidades cívicas- estimulaban en todo caso la innovación, bien por principios o sencillamente por pura necesidad. Una de las formas utilizadas fueron las llamadas colonias colectivas, como la de Bellús, instalada en el famoso balneario por el Comité Revolucionario de Xàtiva.

Allí, y en todas ellas, proclamaban los carteles de Mauricio Amster para el Ministerio de Instrucción Pública, niños y niñas «viven sanos y felices», allí reciben «seguridad, bienestar y alegría». Porque «no deben sufrir los horrores de la guerra». Allí se ensayan, además, nuevas esperanzas sociales y nuevas prácticas pedagógicas, que cuentan con la aportación de notables figuras de nuestra pedagogía en ese momento: Ángel Llorca, Justa Freire, Regina Lago, Joan Comas, Joan Puig Elías. Son ilustrativas las referencias que de ellas da en algunas ocasiones la revista El Magisterio Español durante 1936 y 1937: las colonias pretenden despertar en la infancia «el espíritu de solidaridad», la fraternidad «tan necesaria en la nueva sociedad que se está forjando»; y se conciben como una manera de «trazar las líneas genuinas de la Nueva Escuela», la que -piensan- se ha de proyectar una vez ganada la guerra. Una escuela, se afirma, que abarque toda la vida del niño.

Difícil propósito, ciertamente, con dos posibles impulsos y caminos. Uno que se acercaría a esa construcción de la autonomía personal postulado por la modernidad pedagógica, y que Regina Lago presentara en su libro Las repúblicas infantiles, de 1931. Y otro que asumiría ese marcado interés por la «personalidad colectiva» que proclamaba toda la obra de Makarenko: cuando el pedagogo soviético subrayaba con énfasis la educación en el colectivo y por medio del colectivo; y cuando se ocupaba de la educación del carácter, de la voluntad, de la responsabilidad ante el proyecto común. Bellús es ejemplo, testimonio, escenario de todo ello. No está de menos recordar los nombres de algunos grupos que componen aquella comunidad educativa: Lenin, Rusia, Pasionaria? Son señales, en efecto.

El documental Espais de pau en temps de guerra, reuniendo diversos materiales, introduce sintéticamente el contexto histórico en el que los hechos se producen, precisa el objetivo y características de la experiencia desarrollada en la colonia escolar de Bellús, hace visibles diferentes huellas de esa realidad, aporta la opinión de estudiosos del tema y la entrañable rememoración de algunos testimonios de quienes la vivieron. Es emocionante escucharles. Con todo, combina ajustadamente las perspectivas informativas e interpretativas con el estímulo a la emotividad y la sugerencia reflexiva.

Conviene anotar que el documental cumple de forma acertada una finalidad didáctica y de divulgación, y que puede servir en consecuencia para algo que también debe proponerse y alcanzar el conocimiento histórico con estos recursos; me refiero a la posibilidad de llegar, de esa manera, a nuevos públicos, de contribuir a la formación de sensibilidad, conciencia y educación histórica. Es de agradecer, pues, la ayuda que el patrocinio de la Diputación de València presta a esta aspiración. Y ello me impulsa a recomendar que la institución provincial prosiga con tal promoción de nuestro legado o patrimonio histórico, necesaria tarea de recuperación, estudio, reconocimiento y difusión. No faltan tiempos, temas, realidades y protagonistas, en el decisivo campo de la educación, que lo merecen.