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Cadena genital

El prodigioso caso de Cifuentes y su máster repentinamente desencarnado pero con el aval de importantes firmas tan auténticas como un duro sevillano, invita a pensar en voz alta sobre el futuro de una institución -la universidad- que procede de la Edad Media y a menudo se nota. Mi vida universitaria fue muy simple: tuve un primer curso algo desconcertado (me perdía en la jerga gremial), aprendí mucho en segundo y tercero (sólo estudiaba lo que era de mi interés) y me aburría en cuarto por lo que busqué trabajo del modo y en el momento en que me fue posible.

Entonces no había másteres, la moda vino, como casi todo, de EE UU. Luego han proliferado como chinches, también y en no pocos casos por su potencial succionador de modo que un flamante licenciado, e incluso doctor, parece un pobre descastado si sus padres no le pagan, además, un postgrado en regla. A veces pienso que son un invento de los bancos para acreditar nuestra capacidad de endeudamiento, algo que, me parece, no necesita ninguna acreditación: a los hechos me remito. Yo también he sido profesor de un máster: un rato. Me imagino que los hay de todos los colores y valencias pero, en general, se distingue demasiado el gusto por despegarse de la plebe con más títulos y la creencia, sin ningún fundamento, de que el accidente fortuito de la clase en la que uno nace es casi un factor genético que consagra la calidad humana y técnica de semejantes elegidos.

Es sorprendente, en todo caso, no el empecinamiento de la Cifu en seguir levantándose en armas contra un piélago de indicios y sospechas algo más que circunstanciales (la nena tiene el morro de molibdeno), lo más alarmante, digo, es la respuesta corta y tarda de las autoridades de la universidad que, además, lleva el nombre del rey emérito. Lo que me lleva a pensar que entre culpables y cómplices se ha armado una bonita cadena en la que los interesados sujetan los genitales de los vecinos al tiempo que sienten la mano que oprime los propiamente suyos y se dibuja una convicción general: «No nos haremos daño, ¿verdad?».

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