Recientemente se ha publicado en la revistaScience Advances, el 21 de febrero de 2018, el artículo Trends and fluctuations in the severity of interstate wars, dirigido por Aaron Clauset, informático de la Universidad de Colorado, en Boulder, conforme a la investigación de la información existente en The Correlates of War Project, una base de datos utilizada en ciencias sociales, que recoge 95 conflictos de guerra interestatal habidos entre 1823 y 2003. Con modelos estadísticos ad hoc calculó tendencias y en ellas se constata que la Segunda Guerra Mundial y sus millones de muertos no fue una rareza estadística, así como que tampoco lo es la situación actual de transcurso de varias décadas sin guerras interestatales, entendiendo que, en base a la correlación de datos, para que surja otro evento tan grande como la Segunda Guerra Mundial, ha de transcurrir un siglo o un siglo y medio, contando a partir de nuestro momento contemporáneo, una línez temporal que se sitúa en torno al siglo XXII bien entrado.

La cuestión que queremos traer aquí es que la guerra es un estado de la ontología social, un estado de agresividad que, visto desde los individuos humanos, llena de injusticias a los perdedores y quiebra la ética establecida, al punto en que la razón argumental desaparece para ser sustituida por la razón de la fuerza física. Hay un paso desde el lenguaje agresivo a la acción de la agresión. Las éticas son consensos que se construyen al nivel del lenguaje y se corrigen con las rupturas agresivas físicas o con su amenaza, que instauran nuevas fronteras, siendo que estas agresiones son resultados de bipolarización, o si se quiere, de dinámica dialéctica (tesis-antítesis-síntesis), o también, de la dinámica básica amigo-enemigo definida por Carl Schmitt. Por tanto, el choque material, físico, es tan natural como que cuando los cuerpos se desarrollan, incluyendo los dientes y las uñas (u otros accesorios de mayor dureza y más dañinos, en el resto de los animales, mamíferos o no), surge la agresión como acto depredatorio, como realización teleológica del abatimiento existencial de las especies que colindan, o de los grupos humanos que colindan, a los efectos de defender y extender la propia supervivencia. El propio acto carnal reproductivo no se conforma como una unión danzarina de esporas, sino como un protocolo de penetración y cubrimiento dominador.

Es dentro de esta dinámica en la que, para relacionarse, los humanos desarrollan el lenguaje, el lenguaje ordena a los humanos, y la pulsión de agresividad, que pivota entre el placer y la muerte (el eros-thanatos freudiano), pasa a documentalizarse, es decir, a vehicularse a través de los memes o cultur-memes, las unidades básicas de información (Richard Dawkins y Eduard O. Wilson). Si estos mecanismos de información, que encierran altos grados de reconducción y represión conductual de los grupos, fallan, entonces, como se dice vulgarmente, «pasamos a las manos». Es la guerra, de la que el propio Heráclito decía que es el padre de todas las cosas («Polemos pantôn pater esti»). Es la guerra, de cuyo empleo nace más de la mitad de los inventos y descubrimientos del humano. La NASA es una institución de guerra, por eso quiere llegar más allá del cielo, y trae rocas de la Luna y usa la ingravidez para inventar nuevos materiales y sistemas. El humano pacífico entra a meditar en la cueva, el humano gregario sale a mostrar su agresividad, la cual, si se reconduce, forma los Estados y las diversas sociedades con sus arquetipos bien definidos en base a la gestión de la violencia.

Los momentos de descanso son los momentos del comercio, otra forma de encauzar la agresividad y la redistribución de las mercancías depredadas. Es por eso que un hallazgo interpretativo como el de Aaron Clauset no causa extrañeza, sino más bien reordena los ciclos que el natural ser humano ha de pasar para construir su evolución y los mitos que le dan significado mental, consciente o inconsciente. Y en la base natural de la guerra y la competitividad se inserta, asimismo, el género y la división de poderes que con él viene dada. Evidentemente que lo que actualmente se denomina heteropatriarcado, en cierta literatura marginal y de origen político y no científico, existe como resultado de la propia naturaleza, y ciertamente que, al igual que los grupos de homininos originarios comenzaron a utilizar la razón y el lenguaje para instaurar un salto evolutivo hasta el homo sapiens, sobreviene en estos momentos civilizatorios una anulación de las fuerzas heteropatriarcales como rémoras que impiden el desarrollo de la sociedad humana a límites nuevos.

La competitividad y la agresividad masculina está siendo compensada por el colaboracionismo y el espíritu de equipo femeninos, de forma que los conjuntos de comunidades científicas avanzan de forma insospechada, en lo que es un paso de gigante que tiende a cancelar las diferencias correlacionadas con los sexos en pos de conseguir objetivos sociales comunes. En política el atraso en inmenso, porque se vincula este movimiento a la izquierda periclitada, una especie de cadáver nostálgico sacado del mayo del 68 del siglo pasado. Pero la ciencia es imparable, es el motor de la humanidad en tanto proyecto que utiliza la razón como herramienta de desarrollo, y en ese avance está ínsita la anulación del género como significante social jerárquico.