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Dos pintores

Sentirse profeta en la propia tierra -contradiciendo el dicho popular- no deja de ser un acontecimiento. Y lo es realmente ahora en Beniarjó, donde nació Ribes Coll y donde se ha inaugurado anteayer una muestra retrospectiva de este pintor, de aplaudida y coherente trayectoria. Juan Ribes Coll ve así reconocido a impulsos del Ayuntamiento de la localidad el valor de su obra, que en esta exposición reúne ampliamente sus juveniles intervenciones «pop» sobre antiguos tebeos, los expresivos «Homenajes» a grandes maestros (Rafael, Caravaggio, Van Gogh y Picasso, entre otros); los paisajes autóctonos vistos desde la altura (que hacen a Garín Llombart calificarle de «Ícaro sin alas»), hasta llegar a la eclosión de árboles, frutas y flores que en el soneto dedicado por A. Deari se dibuja así: «Hasta fundirse en un inmenso abrazo/ toda la creación le pertenece/ cuando la tierna, fiel naturaleza/ recicla la cabeza en su regazo».

Estas y otras firmas solventes figuran en el catálogo que explicita el sentido de la exposición, «un homenaje a un hijo de Beniarjó que con sus pinturas, bien presentes fuera de nuestra geografía, ilustran el nombre de nuestro pueblo», escribe el Concejal de Cultura, Joan Francesc Simó. Fiel a la figuración, Ribes Coll no se ha limitado, sin embargo, a un limitado recorrido, sino que ha galvanizado motivos y maneras diferentes, aún sin apartarse de un firma concepto del arte. Así ha escrito el historiador y académico de Bellas Artes Francisco Agramunt: «En un panorama de profunda crisis de los valores estéticos y de mercantilismo banal, Ribes Coll aparece como un «outsider» que se abre paso con el trabajo diario, la experiencia y la honestidad; por eso para mí es un auténtico clásico, válido para todos los tiempos, que recoge las grandes corrientes de la modernidad».

Muy próxima, a pocos kilómetros de la retrospectiva de Ribes Coll, se sitúa en Gandia la exposición, auspiciada por su Ayuntamiento, de otro artista valenciano de distinto estilo, pero de idéntica lealtad a sus planteamientos. Es Javier Calvo, también laborioso y tenaz, en plena actividad que atestigua una veteranía admirablemente joven. Sus ya famosos «Abismos» ofrecen en la Sala Municipal de Exposiciones gandiense, hasta el 12 de mayo, otra visión de esas profundas simas blancas aureoladas de racimos geométricos que, en palabras de la comisaria de la muestra Mar Beltrán «nos conducen a profundizar en el diálogo entre la obra de arte y el espectador, en la importancia del arte como provocador de sentimientos, donde el abismo es el todo...o la nada».

Hubo un tiempo -aquella mezquina y larga posguerra- en que se empleaba mucho la expresión «café-café» para designar lo que no era la mezcla repulsiva de oscuros sucedáneos. Tal vez podríamos hablar hoy de «pintura-pintura» en el doble caso de Ribes Coll y Javier Calvo. Aunque no se parezcan.

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