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La ilusión de la libertad

La libertad ha sido concebida con frecuencia como un estado de plenitud solo al alcance del ser humano, y la historia de la humanidad ha sido contada en ocasiones como una epopeya de la libertad. Al mismo tiempo, nunca hemos tenido la completa certeza de poder ejercer una auténtica libertad. Deterministas y postulantes del libre albedrío mantienen una controversia que se está haciendo eterna, en la que han querido terciar los compatibilistas con una propuesta ecléctica. Al comienzo de una conferencia impartida en París hace años, el filósofo John R. Searle se escandalizaba de que después de siglos de tanta literatura hubiera tan pocos avances en el esclarecimiento del tema. Pero lo cierto es que la acumulación de estudios, en realidad, está revelando el carácter aún insondable de la cuestión.

En la abundante bibliografía sobre este asunto se encuentran más de doscientas definiciones de la libertad. La Real Academia la define como "la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera u otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos". Así concebida, la idea de la libertad del individuo ha sido asediada por un ejército de psicólogos, biólogos y neurocientíficos con brillantes teorías que la niegan o le otorgan otro significado. Unos sostienen que la libertad es una trampa tendida por el cerebro para provocar un comportamiento responsable, imprescindible para la vida social. En su apoyo, mencionan investigaciones de las que se deduce que la gente actúa mejor cuando cree que tiene libre albedrío y que, cuando no lo cree, tiende a desentenderse de sus actos y sus consecuencias. Otros consideran que la libertad es una invención, un producto del proceso evolutivo creado para dotarnos de capacidades y habilidades con las que responder a los grandes desafíos que amenazan o someten a incertidumbre nuestra existencia. De acuerdo con esto, la libertad de expresión es un recurso instrumental que posibilita el conocimiento, que tan necesario y útil es a las sociedades. Y otros, en fin, atan la conducta humana a la cadena causal de las leyes de la física.

El filósofo americano Alfred R. Mele ha dedicado los últimos años al estudio del libre albedrío y con este libro quiere salir al paso de aquellos científicos que presumen de haber demostrado que la libertad es una falacia, al menos en parte. Mele analiza cada detalle técnico y las implicaciones teóricas de numerosos estudios, entre ellos el de Libet sobre el retardo del individuo en ser consciente de sus acciones, el de Zimbardo sobre la prisión de Stanford y el de Milgran sobre la obediencia, los tres convertidos ya en experimentos clásicos de la psicología social. La conclusión de Mele es que ninguno de los estudios que desmenuza refuta de forma convincente el supuesto de la libertad del individuo. No obstante, él no oculta sus dudas sobre la conflictiva cuestión y termina el libro reafirmando el libre albedrío, pero no en la versión más exigente, la que contempla a un individuo que en una situación idéntica es capaz de tomar una decisión diferente, sino bajando el listón hasta la mera posibilidad de que ese individuo tome sus decisiones, racionales e informadas, sin estar sujeto a constricciones "indebidas", como sucedería si tuviera una pistola en la cabeza.

Uno se acerca a la discusión entre filósofos y científicos sobre el libre albedrío y se va pensando que todavía no podemos saber si de verdad somos libres. En su libro titulado ¿Quién manda aquí?, el neurobiólogo Michael R. Gazzaniga, portador de malas noticias, ensaya un planteamiento muy crudo: "Hoy sabemos que somos entidades evolucionadas que funcionan como un reloj suizo. En pocas palabras: la cuestión no es si somos o no libres. La cuestión es que no existe ningún motivo científico para exigir responsabilidad a la gente". Pero Mele no está dispuesto a dar ese paso y emprende un viaje apasionante a la frontera del conocimiento, allí donde se dirime la cuestión de la libertad, un asunto absolutamente decisivo para la moral, el derecho penal, la epistemología de las ciencias sociales y, en suma, el sentido de todas las cosas. El jurado, advierte, aún está deliberando.

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