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La política desciende al «barriobajerismo» Cifuentes vs. Agramunt

El Código de Hammurabi, uno de los conjuntos de leyes más antiguo del mundo, ordenado esculpir en el 1750 a. C. sobre un bloque de basalto en la antigua Mesopotamia por rey babilonio Hammurabi, ya contenía los principios de la ley del talión (lex talionis): infringir el mismo castigo que el daño causado. El famoso ojo por ojo.

Algo así, o peor, está sucediendo en la política española, donde cada vez encuentro más actitudes hediondas. Y no se trata de justificar a las víctimas, también políticos de profesión, sino de reprochar los métodos empleados por los verdugos. La falta de escrúpulos llega a superar todos los límites éticos bajo el amparo de la sombra, signo inequívoco de cobardía.

El deseo de venganza es tan antiguo como el hombre y en numerosas ocasiones se rige por reglas que quebrantan lo racional. Un buen ejemplo es el personaje «shakesperiano» del capitán Ahab, de la novela Moby Dick, representado magistralmente estos días por Josep Maria Pou en su actual versión teatral.

Pero una cosa son las tripas de los instintos humanos y otra debería ser el manejo de las situaciones políticas explosivas. ¿Dónde está el mensaje presuntamente ejemplarizante que se supone que se ha de transmitir a la ciudadanía? Porque muchas veces, la solución a las situaciones conflictivas en el ámbito político es más propia del «barriobajerismo» que de la racionalidad. Pero con una diferencia: el «barriobajerismo» va casi siempre de cara, mientras que el pretendido racionalismo se esconde frecuentemente en el anonimato.

Y el caso de Cristina Cifuentes ha rebasado todos los límites gracias a un PP desubicado, desorientado y tocado y a una ya expresidenta de la Comunidad de Madrid que ha sido capaz de hundir la reputación de una universidad pública en su enroque paranoico de no dimitir y sostener una situación que ha superado con creces lo grotesco.

Pero que ahora se haga público un vídeo de 2011 sobre un más que sospechoso comportamiento cleptómano (no olvidemos que se trata de un trastorno psicológico que provoca un impulso irrefrenable para robar) y que ese vídeo lo hayan filtrado personas de su propio partido -sospecho quién, pero no lo diré en público- para apuntalar su derribo es un acto político rastrero. Tan criticable como el empecinamiento de la protagonista en aferrarse al cargo.

Y no todo vale en política.

Ahí está el caso del senador valenciano Pedro Agramunt, aún miembro de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (APCE) tras dejar la presidencia por la polémica suscitada por una visita a Siria, incluida una entrevista con Bashar Al-Asad, organizada por el Parlamento ruso. Un informe de la propia APCE, con cerca de 200 páginas de acusaciones sobre la «diplomacia del caviar»- sobres con billetes de 500 euros, encuentros con prostitutas en Baku, regalos,..- desmonta la figura del senador valenciano como presidente de la APCE, en base a «fuertes sospechas» de corrupción sin que existan «evidencias claras» de ello (?). Una acusación pública demoledora presentada sin pruebas por un organismo europeo.

E insisto. En este caso tampoco trato de defender la figura de Pedro Agramunt, sino de alertar sobre la existencia de un informe público de un organismo presuntamente reputado basado en sospechas.

El senador valenciano ya ha dado sus explicaciones -¡y de qué manera,!- empezando a cavar su futura tumba política. Preguntado por la periodista Pepa Bueno sobre si era cierto que había estado con prostitutas, respondió: «Es una fantasía». «Yo tengo una edad. Ojalá yo pudiera hacer esas cosas. Pero ya no estamos para esos trotes». Luego trató de matizar que no se refería a estar con prostitutas, sino a su «capacidad» sexual.

Demasiado tarde.

No todo cabe en política. Por ninguna de las partes.

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