En alguna ocasión nos hemos planteado por aquí qué ocurriría si nuestro vecino del sur, en vez de ser el mayor desierto de polvo y arena del planeta, fuese otra cosa como un gran bosque, un mar. Dada la distribución climática actual un bosque tropical resulta completamente imposible, puesto que se encuentra en plena zona de subsidencia tropical. No obstante, el hecho de que existan grandes reservas de agua dulce en su subsuelo y grandes pozos petrolíferos en zonas como Libia nos da pistas de que no ha sido siempre así. Puestos a hacer climatología ficción, ¿qué ocurriría si esta amplia zona desértica del Norte de África fuese un mar con una configuración parecida a la existente en el golfo de México?

En meteorología una de las reglas fundamentales que se puede aprender es que el viento que nos llega trae consigo buena parte de las características de las zonas por las que ha transitado previamente. Así, no hay que remontarse muy lejos, tan sólo unos días, para recordar la última vez que desde el Sahara nos llegó una masa de aire cargada de polvo en suspensión. En esta última ocasión anduvo impulsada por una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), también conocida como gota fría. Fenómeno al que se suele asociar lluvias torrenciales, pero que a lo largo del año en muchos casos ocurre como en esta última situación; que pese a estar situada durante varios días en un lugar muy favorable para el crecimiento de nubes de tormenta, como atestiguaron los múltiples frentes nubosos -nubes medias y altas sin lluvia- que nos cruzaron, no dejó precipitación apreciable excepto en el sur de Alicante.

Siguiendo con nuestras hipótesis de climatología ficción, es fácil pensar que si en nuestro sur tuviésemos un mar tropical con aguas incuso más cálidas que el Mediterráneo este tipo de situaciones sería muy diferente, y a buen seguro que la mitad sur y este de la Península Ibérica no sería tan seca como en la actualidad.

Pese a todo, aún podría ser peor nuestra situación, y no me refiero a que se secase el Mar Mediterráneo, que también ha pasado, sino a que es principalmente gracias a la presencia de la cordillera del Atlas por la no respiramos el polvo en suspensión que tenemos en las irrupciones Saharianas. En caso de no existir esta cordillera norteafricana y el «pequeño charco» en medio que supone el Mediterráneo tendríamos sin paliativos el desierto a las puertas.