Para dirigir hoy el Partido Popular de la Comunitat Valenciana es preciso aprender a convivir con un estrés galopante capaz de provocar insomnio. Nada es seguro alrededor del antiguo titán de los plebiscitos autonómicos, que lleva demasiado tiempo en su particular Tártaro judicial y mediático, vilipendiado en un escarnio público y privado difícil de obviar. Para complicar más esta situación inédita en la formación más votada desde hace decenios, he oído en alguna tertulia que Isabel Bonig no tiene asegurado ser cabeza de lista en las próximas elecciones. Quienes promueven el cambio de liderazgo aseguran que el panorama político ha cambiado mucho desde que fuera ungida por el dedo madrileño de María Dolores de Cospedal y ratificada en el congreso pertinente.

Argumentan que para dar la réplica a Ciudadanos sería preferible buscar un perfil más amable, alguien sin pasado político relevante, con cara de no haber roto un plato en su vida. El efecto Arrimadas amenaza con remover la relación de fuerzas entre los partidos del bloque liberal conservador y contrarrestar el auge del partido naranja será el verdadero caballo de batalla para el PP.

Ciertamente, la situación no ha acompañado a quienes esperaban hacer una oposición agresiva y regresar al poder en cuatro años para lo que necesitaban alguien con suficientes arrestos para zafarse en espacios cortos. Podríamos decir que su intención era mostrarse como garante del valencianismo amenazado por el catalanismo más o menos disimulado de los socios del Botánic. Lo han intentado sacando banderas en Les Corts y apelando a los sentimientos más primitivos cuando pueden, pero el discurrir político no ha circulado por esa dirección. La excepción es el decreto del plurilingüismo del conseller Marzá, rápidamente impugnado.

De nada sirve que Bonig haya declarado hace pocas fechas en Levante-EMV que la corrupción le haya hecho más daño en lo personal que en lo político. En realidad, este titular denota que la idea de estar en decadencia ronda su cabeza y la de sus compañeros. La gran duda sobre el futuro del PPes saber si los seiscientos cincuenta mil de votos de 2015 son el suelo de la formación o todavía seguirá perdiendo apoyos. Todo indica que puede retroceder a los cuatrocientos setenta mil de AP en 1987, siempre que Ciudadanos consiga presentar una candidatura mínimamente atractiva y no cometa errores de principiante.

Además el perfil bajo de Ximo Puig, contraproducente en algunos aspectos por excesivamente institucionalizado, desactiva cualquier intento de incrementar la temperatura política. Sin embargo, el escándalo de la financiación irregular en tiempos de Ignasi Pla que puede afectar indirectamente al Bloc supone un furioso ventilador que Bonig intentará utilizar para embarrar todo debate público. Porque ella es de esas personas que se engrandecen en la trifulca, que necesitan enemigos para crecer, que se pierden sin un poco de jaleo. Nadie diría que su segundo nombre es Plácida. Pero, según vaticinan las últimas encuestas, la placidez acompaña a Ciudadanos.