Los resabios machistas se filtran por los resquicios más insospechados. Por ejemplo, al remarcar que las cinco bestias de la manada amedrentaron hasta la parálisis a una frágil muchacha. Las críticas más duras se preguntan qué hubieran hecho las hijas de los jueces en una situación semejante. Lo mismo que los hijos de los jueces, porque el cinco contra uno no hubiera variado el resultado del cinco contra una. Los defensores de las mujeres reinciden en el sexo débil, aunque sea por una estrategia de defensa. Ni Cristiano Ronaldo acumula la energía suficiente para contrarrestar a cinco animales en un cubículo de tres metros cuadrados.
Debe exceptuarse de esta relación, de víctimas potenciales de una mayoría absoluta de oponentes, al miembro del tribunal que va más allá de las defensas con su desprecio a la víctima. Este magistrado sin duda posee conocimientos de artes marciales sobrados para imponerse a cinco, que digo, a cincuenta desaprensivos que lo arrinconaran en un cuartucho. Siempre que no fueran integrantes de la manada, hacia quienes muestra una simpatía ejemplar ya que no ejemplarizante. Incluso se preocupa en enfatizar que los abusadores tampoco disfrutaban durante las penetraciones, una injusticia que debe alarmarnos sobremanera y que ha de redundar adicionalmente en contra de la víctima.
Frente a la voluntad fragilizadora de quienes la defienden, la víctima ha demostrado una fortaleza singular. Los veinte minutos de calvario con la manada fueron el prólogo de meses de pruebas, interrogatorios y peritajes que ha afrontado con una entereza muy por encima de la demostrada por la mayoría de seres humanos. En fin, los críticos de los críticos lamentan que las sentencias no se lean. Es preferible así, porque si se repasara con detenimiento el voto particular que rezuma odio hacia la víctima, la revuelta sería imparable. Por desgracia, ha eclipsado el relato conmovedor, convincente y sin una concesión a la manada de los otros dos ejemplares magistrados, lo llamen o no violación.
