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Misión, visión y valores

Las universidades iberoamericanas acostumbran a publicar en internet su misión, visión y valores. Cuando se leen estos apartados es complicado encontrar diferencias, por aludir a una misma cosa: el propósito educativo de la institución. Esta triple identificación es usual ya en el ámbito mercantil o profesional, y permite conocer el objetivo o razón de ser de las firmas, así como su código ético. Aunque con altas dosis de corta y pega o de fantasías, está de moda la presentación de las empresas informando de lo que saben hacer, lo que les gustaría hacer y los motivos por los que lo hacen de determinada manera.

Albergo serias dudas sobre que esta idea pueda ser trasladable a España como nación. Y no porque seamos incapaces de plasmar en cuatro líneas de dónde venimos y adónde vamos, sino porque sospecho que lo desconocemos. Cada vez cuesta más descubrir planes realistas e ilusionantes para España, desplazados a diario por situaciones de chicha y nabo que nos mantienen entretenidos.

Lo peor es que esto no solamente parece afectar a quienes mandan, sino también a los que pretenden hacerlo. En lugar de encandilar concibiendo iniciativas concretas y sensatas que nos sitúen en el mapa internacional o contribuyan a un mejor porvenir, la fatiga de materiales que padece nuestra democracia impulsa a centrarse invariablemente en la anécdota para, a partir de ella, barajar incluso el cambio sin ofrecer fórmula distinta o mejor. Ninguno de los graves desafíos pendientes tampoco es sometido al imprescindible consenso de los actores implicados, porque se prefieren emplear poses y nunca cavilar sobre lo verdaderamente trascendental.

Quizá este problema derive del error de considerar a la economía como el único reto a superar por los gobiernos. Por supuesto que sin ella no es posible afrontar lo demás, pero una nación es mucho más que eso. Abandonar el diseño de tantísimos asuntos de interés social o ciudadano y limitarse a la sostenibilidad financiera resulta francamente desafortunado. Es como si a un brillante interventor municipal, muy eficaz en el control del gasto, le endosamos la dirección del Ayuntamiento, que es lo que algunos extrañamente mantienen que toca hacer con la gobernabilidad del Estado.

Ahora bien, que quienes persiguen llegar al poder también renuncien a proponer planes diferentes, que verdaderamente seduzcan, es desde luego para hacérselo mirar. Esa llamativa ausencia de aspiraciones de altura afecta a todas las alternativas, cuenten o no con ese papel mojado en que se han convertido hoy los programas políticos.

Un país que sigue debatiendo hasta la náusea qué ha sido y qué es, tardará años en encontrar su misión. Y muchos más en plantear una visión de futuro razonable. Si además insiste en orillar los principios sobre los que se ha cimentado, escondiéndolos vergonzantemente pese a su solidez, el panorama no puede ser más desolador.

Por todo ello urgen proyectos maduros y atrayentes sobre España. Cuanto más demoremos, más profundizaremos en la decadencia.

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