Que la sentencia del caso de la manada haya sido cuestionada por buena parte de la opinión pública española es una clara muestra del cambio de percepción social en relación a la libertad sexual de las mujeres. Esta respuesta podría marcar el momento a partir del cual la judicatura, más allá de expresar su contrariedad, valore el momento como una oportunidad para replantear, por ejemplo, el concepto de «intimidación» en relación a los delitos sexuales o para la introducción de la perspectiva de género en el análisis de algunas figuras penales.

La misoginia todavía impregna nuestra cultura. Las mujeres hemos sido consideradas a lo largo de la historia deficientes, perversas, sentimentales, mentirosas, débiles, carentes de talento, provocadoras de múltiples desgracias, etcétera. Nunca se nos ha incluido en la representación de la Humanidad. Hemos sido ese segundo sexo sometido al masculino para mantener el orden natural de las cosas. Sometimiento que ha sido ejercido, en buena parte, con violencia física, sexual y simbólica. Ese desprecio a las mujeres, a sus cuerpos, junto al sentimiento de superioridad y legitimidad en relación a su control todavía pervive. La manada nos lo ha recordado brutalmente.

En España se denuncian cada año más de 1.200 violaciones -una cada ocho horas- así como más de 7.000 delitos contra la libertad sexual. Pero se calcula que estas agresiones denunciadas representan apenas el 10 % de las realmente producidas. Estamos ante el único delito en el que las víctimas sienten temor y reticencias a denunciar por sentirse culpables y con miedo a no ser creídas.

Pero hay buenas noticias. La lucha del movimiento feminista por la igualdad de derechos y libertades ha transformado y cuestionado ese ancestral y patriarcal imaginario colectivo. Ha hecho posible que las mujeres podamos acceder al conocimiento, a todas las profesiones, al espacio público, así como a una parte del poder económico y político y seamos cada vez más dueñas de nosotras mismas y de nuestros cuerpos. Pero no del todo.

Si la campaña #cuéntalo ha tenido tantísima repercusión es porque ha conectado con la necesidad de miles de mujeres de todo el mundo de contar, por fin, en primera persona sus experiencias de intimidación, acoso o agresión sexual, contribuyendo a esa especie de memoria común de la infamia. Necesitábamos de esta dolorosa catarsis para sacar a la luz aquello largamente silenciado: lo cotidiano de estas agresiones en las vidas de las mujeres y la convicción colectiva de no querer asumir como normal que ese sea nuestro destino.

Para que la violencia sexual hacia las mujeres desaparezca, es imprescindible dejar de educar a las niñas y mujeres en el miedo, dejar de reproducir discursos de cosificación y sexualización de los cuerpos de las mujeres y, por último, poner el foco en trabajar las identidades masculinas, la empatía, el control de las emociones y, sobre todo, la autoestima. Es fundamental que los hombres, especialmente los más jóvenes, podáis tener otros referentes de masculinidad, alejados de los valores de la violencia, la dominación, la heteronormatividad o la competitividad. Necesitamos de vuestro empoderamiento individual y colectivo para llegar a ser hombres libres, felices y compañeros.