En alguno de sus innumerables ensayos, Montaigne afirma que hay que preocuparse por vivir y «pasar de la muerte» porque, cuando llegue el momento, sabrá hacer su trabajo perfectamente. La primera afirmación no puede ser más acertada: la vida es la única profesión que vale la pena; la segunda, a la luz de la experiencia contemporánea, está totalmente errada, porque en muchas partes del mundo y, particularmente, en España se muere mal. Si se me permite la ironía, merced al progreso, la muerte ha desaprendido su oficio: se encarna en una persona y la zarandea durante años con dolores insoportables; los avances tecnológicos le permiten practicar un encarnizamiento dilatorio instaurando etapas duraderas de dolores crónicos, de sufrimientos y agonías.

El Atlas Global de los Cuidados Paliativos al Final de la Vida, publicado por primera vez, por la OMS, hace unos meses, deja a España fuera del grupo de cabeza, es decir, del grupo de países que cuentan con un sistema integrado de salud para atender a las personas que se hallan en la etapa final de su vida. Por otra parte, en una encuesta realizada por la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), se preguntaba a personal sanitario «según tu experiencia profesional y personal, ¿cómo dirías que se muere en España?» Un 52 % sostenía que generalmente mal porque hay demasiado sufrimiento que sería evitable y un 46 % que regular porque «depende del médico que te toque».

Esta situación es inaceptable en el siglo XXI para ciudadanos y ciudadanas que gozan de la plenitud de derechos y, desde luego, es contraria a la filosofía de la legislación sobre la autonomía del paciente y el derecho de toda persona a ser tratado con dignidad.

Dado que hasta hoy no ha podido prosperar en el Congreso de los Diputados una ley de muerte digna, diversas comunidades autónomas están aprobando leyes de acompañamiento al final de la vida, dentro de los márgenes que permite el marco legal estatal. Este es el caso de la Comunitat Valenciana. En este momento, se halla sometido a debate en les Corts el proyecto de ley de la Generalitat de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de atención al final de la vida. Un texto en cuya elaboración han participado numerosas personas, expertos, grupos y asociaciones y que se ha expuesto públicamente en diversos foros para lograr el máximo consenso.

Lamentablemente, el Partido Popular acaba de pedir su devolución al Consell «por discrepar de su oportunidad y no compartir los principios que inspiran y conforman esta ley». Pues bien, hablemos de oportunidad. ¿Cuándo sería oportuna, según el Partido Popular? En la enmienda no se dice nada. Sin embargo, la ley es necesaria ya (y llega demasiado tarde para seres muy queridos) porque cada día mueren personas en condiciones indignas.

Hablemos de los principios que inspiran y conforman la ley: autonomía, dignidad, intimidad y respeto a los valores de las personas. Esta ley hace una especial referencia a la espiritualidad y los principios humanistas. ¿En qué discrepa el PP de la Comunitat Valenciana de estos valores que, por otra parte, han recibido el visto bueno, de sus correligionarios en Galicia o Madrid que cuentan con leyes idénticas en cuanto a principios se refiere? En la enmienda no se han molestado en describirnos dichos valores (y nos gustaría conocerlos).

Confiemos en que todos los demás grupos saquen adelante un proyecto que demanda y necesita la sociedad. También decía Montaigne que «es abusar demasiado de la naturaleza el arrastrarla tan lejos, que se vea obligada a abandonarnos, y a dejar nuestra conducta, nuestros ojos, nuestros dientes y nuestras piernas a merced de ayuda ajena y mendigada y a ponernos en manos del arte, cansada de seguirnos».

Una vida vegetativa no es vida humana. Ciertamente, estamos formados de átomos que han migrado durante millones de años por otros organismos antes de formar parte de nuestro propio cuerpo. Es maravilloso pensar que sobrevivirán aún más millones en otros seres conformando una familia universal. Pero mientras nos asombramos y acongojamos ante los torbellinos y evoluciones de la vida, también es necesario garantizar que las últimas escenas y el último acto de «nuestra vida humana» están en nuestras manos y en buenas manos. Gracias a la consellera por tener la valentía de sacar adelante esta ley.

Por otra parte, la muerte, queridas y queridos amigos, es lo último que deseo y tampoco tengo ningún interés en tener que utilizar esta ley que para tantas personas, insisto, es necesaria ya.