Este mocetón, con deportivas de guerra a bordo y sin condescendencias litúrgicas, afirma que los valores fundamentales de la vida son, por encima de todo, ser buena gente y tener consideración hacia los otros, la misma que tienes hacia ti mismo. Cree en la dureza como medio, no como fin: «Soy poco dado a los halagos y nunca lo sería con alguien que no me importase, ni con alguien que no pudiese asumir la dureza de mis palabras». Con fama de estricto, «soy capaz de observar unas normas y de rectificarlas», no trata en ningún momento de agradar a su interlocutor.

Considera esencial que los padres (con tanto papá de «hijo campeón» y en colegios de los de «ni me toquéis al chico») tengan sentido autocrítico, que, según él, en su inmensa mayoría no tiene. Uno debe estar abierto a argumentar, al diálogo y, sobre todo, a que también se pueda equivocar: «El reflejo de la sociedad en la que vivimos es la ultra protección con los niños. Hay que evitar pensar que la prioridad son siempre los hijos y que hay que concederles todo lo que piden».

En la biosfera de las grandes cuestiones que tienen que ver con la educación, es radical a la hora de defender el respeto como valor cardinal. «El valor que es imprescindible inculcar a la juventud es el respeto. Respeto hacia los demás, hacia lo que te envuelve y por supuesto hacia ti mismo. Hay que respetar el lugar de cada uno. En nuestra infancia era impensable que el mejor lugar de la mesa fuera para los niños. Ahora es justo al revés y es una equivocación porque deben aprender a ganárselo».

Rechaza el exceso de protección porque según él, el carácter se educa en la dificultad: «Es necesario aplicar a los niños un mayor rigor en la exigencia de su propio nivel de dificultad. Hay que poner las cosas difíciles para educarlos bien. Protegerles demasiado es perjudicial porque se acostumbran a motivarse solo para aquello que a ellos les gusta. La educación consiste en transmitir conceptos, pero es más importante la formación del carácter. Es lo que de verdad te ayuda a ser capaz de resolver problemas en la vida. El carácter se educa en la dificultad. Si al niño le facilitas el trabajo, será difícil que mejore. Hay que prepararle para lo que se va encontrar en la vida y enseñarle a resolver sus propios problemas desde muy pequeño. Hay que tratar que el niño tenga que esforzarse para conseguir lo que desea».

Arremete contra el exceso de deberes fuera de las aulas, al tiempo que defiende el dominio de la voluntad y la inteligencia emocional: «El gran problema del sistema educativo actual es que sobrecarga a los niños con conocimientos que pueden encontrar en Google y olvida lo fundamental: enseñarles a trabajar su inteligencia emocional y a dominar su voluntad. La inteligencia emocional debe transmitirse y trabajarse en el día a día. Hay que tratar de saber en cada momento qué se debe decir, cuándo abordar los temas, cómo decirlos, qué importancia darles».

Baja a la arena en la defensa de algo esencial: «Ser capaz de adaptarte a la realidad existente es fundamental. Hay que saber transmitir bien el mensaje, con la confianza de sentir que las cosas saldrán bien. Si le acostumbras a trabajar cada día sin desfallecer ni poner excusas, lo acaba asumiendo como algo normal de su vida». La imprescindible disciplina, de la que nos apeamos hace tiempo en nuestro libérrimo país: «Tendemos a identificar la disciplina con la autoridad y eso es un error. La disciplina es imprescindible. Hay que enseñarles a superar las dificultades de la vida, no ponérselo fácil. Si lo que transmites al niño es que lo principal en la vida es pasárselo bien lo único que consigues es crear insatisfacción. La formación de la persona es fundamental».

Ese enemigo que es la tecnología, que lejos de ayudar, entorpece, con esos niños esclavos del móvil, las tabletas y las pantallas de televisión: «La tecnología tampoco ayuda demasiado en un mundo en el que todo debe ser inmediato. No hay espacio para la perseverancia y sin esfuerzo es muy difícil conseguir el éxito. Porque nada que, de verdad, merezca la pena se consigue sin esfuerzo. Es preferible asumir los errores porque, si te acostumbras a justificarlos, limitas tu capacidad de crecimiento personal. Hay que inculcarles la necesidad de que no hagan solo lo que les gusta, sino que les guste lo que hacen».

En concordancia con este panorama, no rehúye decir lo que piensa sobre la mediocridad de los gobernantes que no han podido sacudirse el desprestigio de la política: «En las sociedades tribales, el líder era el mejor. Entre los animales el que manda es el más fuerte. En política no sucede eso porque está muy desprestigiada. También es muy dañino que se falten al respeto continuamente o que se nieguen entre sí cualquier mérito o acierto. Hay un exceso de fanatismo en todos los ámbitos de la sociedad y la mayoría de las veces es un ´o conmigo o contra mí´».

No tiene pelos en la lengua cuando se lanza a opinar sobre el naufragio educativo en España, como muestran cada año los rankings que miden la calidad de la enseñanza: «La gente tiende a opinar desde el más absoluto desconocimiento y cometemos el error de permitir que dirigentes ajenos a los problemas reales del sector tomen decisiones, cuando primero deberíamos escuchar a los que están a pie de campo, a los profesionales. Y por descontado, volver a la fórmula clásica: educar con el ejemplo, en la disciplina y el respeto. Y esta es una máxima que hay que aplicar a todos los niveles de la sociedad».

En un país en el que el esfuerzo goza de mala salud, con una juventud líder en Europa en consumo de alcohol, drogas y fracaso escolar, ensalzar los valores de la voluntad, el sacrificio y el trabajo, puede ser misión imposible porque en la sociedad actual horrorizan esas palabras. Tienen más acogida y éxito el buenismo, el gratis total, la subvención? Pero no admite mucha discusión que las personas que destacan en la vida son las que perseveran. Para conseguir cualquier cosa es necesaria la pasión, la ilusión y el sentido común. Ilusión por hacer lo que haces, ilusión por mejorar lo máximo dentro de tus posibilidades. No parece posible hacer algo mínimamente bien sin tenerla.

El elogio es una cuestión que hay que saber medir porque es un arma de doble filo. «Si te acostumbras a escuchar sólo lo bueno, casi nunca suele ser real. Cuando la gente te dice que eres muy bueno, posiblemente te lo esté diciendo a la cara sin creerlo. Es normal que, si sueltas todo lo negativo, tampoco vaya bien. Regalar siempre caramelos no es algo bueno porque luego la gente tiene una imagen equivocada de sí misma». Y un consejo inevitable: «El objetivo debe ser enseñarles a que siempre estén dispuestos a afrontar la diversidad y a superarse. Para ello, hay que trabajar a conciencia su capacidad de aguante».

Crítico con lo que está desvirtuando viejos valores: «Me gustaba más el deporte de antes, cuando no estaba todo tan estudiado, sin tanta estadística ni tanta biomecánica. Tengo una concepción más romántica del deporte, junto a la superación de las dificultades y el esfuerzo». A punto de colgar el chándal y la gorra, quien piensa así ha sido preparador de un deportista de élite, «nunca entrenaría a un chulo», al que comenzó a entrenar cuando aquel niño tenía cuatro años, en los valores sobre los que construyó un fuera de serie mundial.