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Muleta y garrote

Rivera anunció ayer que Cs retira su apoyo al Gobierno en la aplicación del artículo 155. ¿Motivos? La "dejación de funciones" en que a su juicio incurre el Ejecutivo por no recurrir el voto por delegación de Puigdemont y Comín. Rivera sabe por qué Rajoy no lo ha hecho: para que haya una posibilidad de materializar una investidura en el Parlament antes del día 22 y, de la tacada, pueda levantarse el precepto constitucional y aprobarse los Presupuestos con el apoyo del PNV (sin lo primero no hay lo segundo). Para afear a Rajoy su ataque de pragmatismo y permisividad, Cs sí ha recurrido ante el TC la delegación de voto de Puigdemont y Comín, pero el tribunal no ha creído oportuno conceder a los naranjas las medidas cautelarísimas que solicitaban; medidas que serían de aplicación inmediata si el Gobierno hubiera recurrido y que dejarían a los independentistas con dos votos menos de los 66 exigidos para investir a un president en segunda ronda (mayoría simple). Paradoja: el Gobierno necesita que los dos prófugos de la justicia puedan votar a una candidata sin cargas judiciales (Elsa Artadi); ésa es la única baza que les queda a los soberanistas para formar Govern, después de que ayer el TC suspendiera cautelarmente la reforma legal para investir a distancia a Puigdemont, que sigue siendo la primera e imposible opción del legitimismo montaraz (aunque no tanto como para arriesgarse a ir a la cárcel). De manera que (parece) Rivera no quiere que se forme Govern, se levante el 155 (que hasta ayer apoyaba) y se aprueben los Presupuestos (que sigue apoyando), y una vez rota la relación con el PP ("hasta aquí hemos llegado", proclamó, solemne, en el Congreso), sólo le resta acusar al Constitucional de trabajar políticamente por la consecución de un arreglo en Cataluña. Pero, con tiempo, todo llegará. El exnadador bracea en un mar de profundas contradicciones: sostiene al PP en Madrid, a pesar de lo que ha vomitado la cloaca y expedido la Universidad Rey Juan Carlos, alegando que es justo que los populares sigan ostentando el Gobierno de la comunidad porque ganaron las elecciones; y, mientras, intenta sabotear la única solución viable para que los vencedores de los comicios catalanes del 21-D acepten investir y formar Govern de manera civilizada. Muleta en Madrid y garrote en Barcelona, Rivera empieza a acusar el desgaste de presidir el partido que más iluminan los focos de la demoscopia, como antaño le ocurriera a Podemos. Y necesita elecciones, examinarse en las urnas antes de que el impulso decaiga. O, en su defecto, sostenerse en el tiempo como fuerza de cambio que en tanto que descarga mandobles sobre su rival del centro-derecha, se presenta como alternativa de Gobierno estable y de fiar, sin que se le pegue, tampoco, ni una miasma del légamo centroizquierdista de Sánchez. Una pirueta que requeriría la destreza de un gimnasta más que la fortaleza y capacidad de sufrimiento de un nadador. Y, con todo y haber sido un buen deportista, no sé si Rivera tendrá tanta energía. Ni tampoco tanto sentido del equilibrio. En el Congreso, la verdad, dio muestras de perder pie al quitarse de repente la muleta y golpear con el garrote. Ya se veía caminando solo hacia la Moncloa.

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