Treinta años más tarde de la publicación de su primera novela, Mimoun, la Fundación Rafael Chirbes, presidida y dirigida por sus sobrinos María José y Manuel Micó Chirbes, con sede en Beniarbeig, en la casa que fue del escritor, le rinde homenaje con la organización de un congreso internacional, «El universo de Rafael Chirbes», sobre las distintas facetas de su obra como novelista, periodista y crítico gastronómico, que tiene lugar durante el mes de mayo, en València y Dénia, que tanto frecuentaba y donde resultaba sencillo encontrarlo, entre otros lugares, en el restaurante Haití.

Así, tuve oportunidad de coincidir con Rafael Chirbes, conversando sobre sus diferentes puntos de vista sociales, gastronómicos y viajeros, y agradecí su crónica de la corrupción urbanística, que había esquilmado a nuestro país, entre otros Mediterráneos, que bien relató. Refugiado en Beniarbeig, se mostraba solícito a extenderse sobre la situación de nuestro País Valenciano, aun cuando solo ocasionalmente ofrecía entrevistas. En la espléndida que le concedió a Martí Domínguez señalaba que sus primeros trabajos fueron aquellos que forjaron su pensamiento sobre la València actual, que Chirbes describe como ruidosa y popular, pija y señorita, conservadora y moderna, que huele a albañal y azahar, ciudad de excesos, poco querida, malquerida, en una palabra.

Pero fue el título de su obra, El viajero sedentario, el que me llevó a acercarme a su literatura. Su título me recordó aquella frase atribuida a Benjamín Disraeli, primer ministro del Reino Unido, de que todo viajero ha visitado lugares que no recuerda y recuerda lugares que no ha visitado. Más tarde, el éxito de Crematorio y En la orilla, supuso el reconocimiento de la calidad que ya apuntaba en sus primeras obras, Los disparos del cazador o La buena letra, recién traducida al valenciano por Carles Mulet, en cuya versión de 2010 queda puesta de relieve la rebeldía del autor profundizando en las injusticias sin edulcorar su tratamiento como había hecho en ediciones anteriores de esta misma obra.

Viajero impenitente, firme en sus convicciones, se refugió en la Marina Alta, sin dejar de trabajar, compartiendo la cita de Baudelaire, de que trabajar es menos aburrido que divertirse. Hoy, la convocatoria del congreso sobre Rafael Chirbes, aun contando con el consuelo de poder disfrutar de sus libros, entre otros, Los viejos amigos, me sume en la tristeza de haber tenido al lado un personaje excepcional, valenciano de Tavernes de Valldigna, trotamundos humano y literario, desprendido y solidario desde el anonimato, lo cual me consta, sin haber podido rendirle mayor reconocimiento y sin haber sabido aprovechar, más si cabe, su cercanía, caudal de sabiduría, y estima por todo el género humano, que sus convicciones republicanas ponían de manifiesto.