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Julio Monreal

Hospitalidad a la valenciana

Salúdeseles con enorme amabilidad, inténtese hablarles en sus propias lenguas y orientarles segús sus demandas; contágieseles la hospitalidad que caracteriza a los valencianos. Son los mensajes que estos días lanza la Agencia Valenciana de Turismo a toda la sociedad para alcanzar la excelencia en el trato a los visitantes. Mientras, y en un sorprendente paralelismo, las instituciones de la Comunitat, incluida la propia AVT, desarrollan planes y programas para poner freno al creciente número de turistas porque no solo molestan con el ruido de las ruedecitas de sus maletas sino que se han convertido para determinadas zonas en una amenaza para el modo de vida de quienes ocupan el territorio en este momento, que no deja de ser un minuto en la línea de la Historia.

Entonces, ¿se quiere o no se quiere que vengan turistas? No hay debate en Benicàssim, Cullera o Benidorm, ciudades acostumbradas a lidiar con este bendito problema que algunos viven ahora con angustia. Las dudas se instalan en lugares que hasta hace poco no atraían a nadie, como la capital valenciana, que se podía visitar en una hora y media, como señalaban los carteles marrones de las entradas por carretera.

Decisiones de instituciones políticas legítimas generalmente acompañadas del consenso como la construcción del paseo marítimo, la Ciudad de las Artes y las Ciencias o el Bioparc, y la promoción de eventos de interés internacional como la Copa del América de Vela o la Fórmula 1, convirtieron la capital del Turia en un destino deseado en un mundo globalizado. Y hacia ella empezaron a fluir los vuelos de compañías con precios competitivos, (a veces con ayudas de las administraciones) que condujeron hacia València a públicos que nunca antes se habían interesado por ella, alentados por campañas de promoción que se desplegaban en sus países de origen.

Y ahora que vienen, precisamente porque se había desplegado un ambicioso plan para conseguirlo, ahora estorban, son demasiados, hacen mucho ruido, van a acabar con las costumbres locales...

La punta de lanza de la lucha oficial contra el presunto exceso de turistas es la pelea para que no tengan dónde alojarse. La ciudad de València tiene hoy unas 16.200 plazas hoteleras. ¿Es la demanda mucho mayor? Pues según. Lo que se conoce como "el mercado" ha creado en los últimos años unos 5.500 apartamentos turísticos en la capital, que añaden 20.000 plazas a la oferta global. "El mercado" creó el problema; luego ofreció una solución y de nuevo ésta se ha convertido en un quebradero de cabeza. La burbuja inmobiliaria generó miles de pisos vacíos en el centro y las primeras rondas mientras los promotores consumían suelo nuevo en la periferia para ofrecer parques y piscinas comunitarias a quienes no querían vivir agobiados por el tráfico y la falta de ventilación. Con la crisis, que coincidió con el inicio del boom turístico en la ciudad, los ahorradores vieron en esos pisos una oportunidad y una alternativa a los intereses del 0,1 % que ofrecían los bancos. Se lanzaron a comprar las gangas que las entidades financieras tenían en oferta y con una mano de pintura y cuatro muebles de Ikea inscribieron su remozado inmueble en Airbnb o alguna otra plataforma de alquiler turístico. Además de proporcionar una renta complementaria, un bien abandonado volvía a la circulación y entraba en un circuito global de reservas que permite que gente que no se alojaría en un hotel viaje hasta València para pasar unos días en un apartamento turístico.

Este círculo virtuoso de la economía colaborativa que se ha producido en la capital valenciana ha acabado convirtiéndose para algunos en círculo vicioso de la especulación y la gentrificación. Las iniciativas de ahorradores y emprendedores han dado paso a la actuación de empresas que, a gran escala, se hacen con inmuebles enteros para convertirlos en productos turísticos y estos usos y el alza de precios que conllevan está expulsando a población autóctona hacia zonas menos deseadas.

Resulta una lástima que áreas céntricas extremadamente degradadas como Velluters no se hayan beneficiado de la parte inmobiliaria de esta revitalización, más fruto del "mercado" que de la iniciativa de las administraciones, que han sido incapaces de aprovechar la coyuntura para hacerse con un parque de viviendas sociales suficiente para atender a las personas por las que sus dirigentes dicen preocuparse.

Antes al contrario, ni comen ni dejan comer, como el perro del hortelano. Exigen a los dueños de apartamentos que los inscriban en el registro, y cuando lo han hecho les retiran la licencia de ocupación como vivienda, obligándoles a dar el inmueble de alta como negocio hotelero. Como dice Mariano Rajoy, fin de la cita. Habrá que buscar la manera de que esos ingresos se declaren al fisco, y de minimizar el impacto negativo de las concentraciones excesivas de turistas. Seguro que la Universidad Politécnica puede diseñar ruedas de maletas que no hagan ruido. Pero lo que no se puede hacer es perseguir a la gente por tener iniciativas en la misma línea que las instituciones marcaron, con ideas y proyectos que, siendo en beneficio propio, también representan progreso social. La ciudad no es de unos más que de otros, por muy en el centro que vivan los que más protestan.

Relevo en la Universitat. Del rector ilustrado a la transformadora sosegada

Mavi Mestre, la primera mujer rectora de la Universitat de València en 518 años, ya se ha hecho cargo del bastón y la medalla que la acreditan como primera autoridad de la institución. En su discurso de toma de posesión, el martes pasado, sentaba las bases de un programa de gobierno que mantendrá las líneas de su predecesor, Esteban Morcillo, sobre todo en la reivindicación de una financiación justa y suficiente para la enseñanza superior pública y en la convicción de que es necesario apostar por la investigación y la innovación para hacer frente a los retos de la entidad y de la sociedad en general. Aún así, la nueva rectora dejó en el aire que su intención es buscar más consensos y diálogos dentro y fuera de la casa que los que ha podido concitar el saliente, a quien Mestre quiso homenajear subrayando su quehacer de 'ilustrado'. Morcillo, por su parte, eligió su discurso de despedida para presentarse más reivindicativo que nunca. Ya no se jugaba nada y se lo quiso permitir. Han sido ocho años de estrecheces que ójala pasen al olvido. Aunque no tiene pinta.

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