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Guía para plantación de cerebros

Científicos piden debatir el uso ético de organoides que se cultivan artificialmente para investigar

Hasta la fecha, cuando decíamos que alguien tenía un "cerebro cultivado" suponíamos que por allí habían pasado muchos libros. En un futuro, y quizá no muy lejano, habrá que preguntar qué nos están diciendo. Porque ese cerebro, o parte de él, puede haber sido realmente cultivado en un laboratorio a partir de células madre. Recientemente, científicos del Instituto Salk anunciaron en "Nature" que habían logrado implantar en ratones tejido cerebral humano cultivado artificialmente, a tal punto que esas neuronas se habían conectado con las de los roedores. Por eso, un grupo de diecisiete destacados expertos en ese campo acaba de publicar un manifiesto en el que asegura que ha llegado el momento de abrir un debate ético sobre los límites del uso de esos tejidos. No sea que, más pronto que tarde, uno de esos cerebros cultivados se ponga a cantar o, peor aún, a escribir la continuación de "Cincuenta sombras de Grey". Tanto "The Guardian" como "The Atlantic" dedican, en sus respectivas secciones de ciencia, sendos artículos a analizar el nuevo camino que se abre a la investigación neurológica con el cultivo de esos organoides cerebrales, creados por primera vez en 2010 por Jürgen Knoblich, de la Academia de Ciencias de Austria. Están siendo muy útiles para estudiar trastornos como el autismo o la esquizofrenia. Los organoides más grandes que se han creado tienen entre 2 y 3 millones de células y son del tamaño de una lenteja. Un cerebro humano contiene 172.000 millones de células. Por el momento, parece que no hay peligro de que esos cerebritos acaben optando al Nobel. El problema es que no sabemos qué es realmente la conciencia y a partir de qué límite surge. Por eso los científicos que firman este manifiesto insisten en empezar a deslindar qué se puede hacer y qué no se debería de hacer con este tipo de tejido donde se supone que anidan las raíces de nuestra personalidad como individuos y como especie. Las preguntas son muchas. ¿Sienten estos organoides? ¿Piensan? ¿Y qué ocurre si, al implantar en un cerebro animal un trocito de cerebro humano ese animal adquiere una de nuestras habilidades? ¿Habrá que asignarle un tutor legal para que defienda sus derechos? Pero no sólo hemos he hablar, añaden los científicos, sobre los organoides. También sobre el uso de tejido cerebral humano. Ahora, por ejemplo, se pueden mantener activos dos o tres días tejidos cerebrales "naturales" para estudiar cómo se relacionan esas neuronas. ¿Pero qué pasa si logramos prolongar indefinidamente ese tiempo en todo un cerebro? ¿No tendremos que empezar a redefinir lo que hasta ahora hemos llamado "muerte"? ¿Y qué ocurrirá si, en nuestro conocimiento del cerebro, adquirimos la capacidad de leer los recuerdos y otra información privada acumulada en los sesos de un donante? Como ven, esto da para comerse mucho la cabeza.

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