Soy adicto a la Universidad de Mayores y no solo por la contraprestación pecuniaria, sino también por la satisfacción de ver alumnos interesados, con inquietudes transformadas en preguntas e incluso aplausos al final de la lección. Desafortunadamente, nunca mis alumnos universitarios me obsequiaron con tan preciado presente. Este año les hablo sobre las interacciones entre clima y vegetación. Los árboles ecuatoriales crecen sin límite en un clima permanentemente cálido y húmedo, muy favorable para los insectos. Esta vegetación expulsa la mitad del agua que absorbe, siendo el único lugar continental donde una masa de aire pude cargarse de humedad, retroalimentando las lluvias que la favorece. La barrera vegetal, elevada hasta los 60 metros (por encima de las Cataratas del Niágara), impide la circulación del viento, y así la polinización es labor de insectos, aves y murciélagos. No menos sorprendentes son las adaptaciones a un medio diametralmente opuesto a este "infierno verde": los desiertos. Plantas efímeras que aprovechan una lluvia esporádica y germinan, florecen y depositan sus semillas en tan solo ¡¡8 días!! Otras buscan medios de dispersión para sus semillas, ayudados por un viento, que, sin vegetación, sopla a sus anchas. Hojas enroscadas para reducir la superficie expuesta y, de este modo, la evaporación; suculentas, que almacenan agua en sus tejidos. Algunas plantas sobreviven con el agua del rocío, presente en los desiertos de corrientes marinas frías. Otros casos se basan en la resistencia al calor, al frío, a la sequía, al suelo disgregado y a la salinidad. Raíces extensas para captar la más ligera lluvia o profundas para buscar los acuíferos. Resisten pérdidas de agua de hasta el 25% y reducen la transpiración. Impresionantes.