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Trampas e injusticias

El gesto generalmente adusto de los jueces Samantha Vallejo-Nágera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz en «MasterChef» me chocó la noche del domingo con la decisión final que tomaron de echar del programa al aspirante Ramón. No pongo en duda que el plato que presentó este conductor de autobús madrileño que se presentó seis veces a las pruebas de selección no mereciera su salida del programa, pero al menos, esta debió verse acompañada con la también expulsión de Jon.

Ellos, el jurado, que se las da de incorruptibles permitieron que los espectadores fuéramos el domingo testigos de algo inaudito: el programa se pasó sus propias reglas por el forro. Así, tal cual.

Lo digo porque en la prueba de eliminación las normas estaban muy claras. Se hartó Eva González de repetirlo y hasta el jurado. En la prueba final no se podía levantar la campana que guardaba en secreto el nombre del plato que se estaba elaborando. Jon ni corto ni perezoso la alzó como si tal cosa y la leyó, vaya si la leyó. Él mismo lo reconoció. Pero ni por esas logró hacer el mejor plato.

Lo más sorprendente de todo es que la dirección del programa no solo no lo expulsó directamente, sino que ni siquiera lo penalizó -no sé, quitándole la sal o algo así- en la siguiente prueba. Un escándalo. ¿Para qué ponen las normas y esas caras de jurado severo si luego no hay las más mínimas consecuencias?

Bueno sí que las hubo, que el pobre Ramón pagó el pato, entre lágrimas dejó el plató y colgó el delantal que tanto le costó vestir.

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