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Alfons García03

Una estrategia capital

La democracia los ha cambiado más a ellos que ellos a la democracia». Manolo Mata pronunciaba hace unos días en este diario una frase sobre los nuevos partidos que ya se le ha oído en las Corts. A Pablo Iglesias e Irene Montero les ha moderado la democracia y también la paternidad, un factor de aburguesamiento como saben todos los hijos de Mayo del 68. ¿Quién no prefiere ver crecer a sus retoños en una parcela en propiedad de 2.300 metros cuadrados con jardín y piscina antes que en un piso alquilado de 60? Aún a sabiendas del coste en imagen pública que la operación iba a tener, Montero e Iglesias han hecho lo que casi toda pareja española hace si se lo puede permitir. Conclusión: los dioses de Podemos se han caído del reino de los cielos, aunque en la sierra de Madrid lo tengan más cerca. Mientras la tormenta arrecia, esperarán a la sombra (de un árbol).

Ahora solo falta que Quim Torra se baje del burro catalán de las esencias supremacistas para demostrar la infalibilidad de la máxima de que el poder modera. Mientras tanto, se va cumpliendo la ley física que dice que si un cuerpo abandona un espacio, otro lo ocupará.

Cataluña ha renunciado a la partida en España y su mirada solo está en Berlín, el retiro del líder supremo Carles Puigdemont. Así que el Gobierno valenciano prosigue con su movimiento táctico para ocupar el hueco de la capitalidad del sur del Mediterráneo. No se trata solo de los cientos de empresas que han trasladado su sede a este lado del Sénia, sino de ejercer el papel de referencia de esta parte del mundo ante otros. En esa línea se puede leer la visita de Ximo Puig esta semana a Bruselas para interesarse por los efectos del Brexit.

No nos engañemos, mientras la coyuntura permanezca así de tensa en Cataluña, los intereses valencianos salen ganando. Así de cruel. Asumiendo incluso el coste de que la ausencia de Cataluña pueda ser un argumento para retrasar la solución al sistema de financiación autonómica. No es que el Consell vaya a actuar por perpetuar el conflicto (tampoco es que pueda), pero no deja pasar la oportunidad de mejorar su posición estratégica en el proceloso tablero de la economía.

Bonig podrá acusar a Puig de actuar como «el presidente de los empresarios», pero a este no le hace mella. Solo hay que ver su agenda de esta semana, con visita a la capital comunitaria con Brexit y exportaciones en la cartera, presentación de la segunda edición del plan de empleo juvenil con bastante más dotación que la anterior, recepción con los directivos de Telefónica para anunciar la instalación en la Marina de València de su centro de ciberseguridad en España y almuerzo con los embajadores de 21 países de la UE, que (será casualidad) han elegido la ciudad para su encuentro anual. Si alguien esperaba encontrar un gobierno radical por la presencia de Compromís y Podemos se ha equivocado de destino. Puig se mira más en el modelo suave de progreso de Portugal. Que se sepa, Quim Torra no ha devuelto aún la felicitación que el presidente valenciano le ha enviado. No creo que a este, que en unos días plantara una pica más ante la patronal catalana, le preocupe demasiado. Al final, hasta nos vamos a creer aquello del «momento valenciano». La expresión, no obstante, esconde también el riesgo de la situación: el momento. Efímero. Inestable. Todo muy valenciano.

Efímero. Inestable. Todo muy valenciano.

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