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Zaplana: el principio y el fin del PP

La entrada de Eduardo Zaplana en la cárcel tiene un enorme valor simbólico, qué duda cabe, desde muchos puntos de vista. Aquí voy a detenerme en uno de ellos: la importancia que tuvo Zaplana para convertir al Partido Popular en una máquina de ganar elecciones en la Comunidad Valenciana y en España.

Ahora quizás cueste creerlo, pero la Comunidad Valenciana ha sido siempre (excepto los últimos veinte años) uno de los feudos tradicionales de la izquierda en España. Y no hace falta remontarnos a la época de la Segunda República; tras las primeras elecciones democráticas de 1977, las provincias de Valencia y Alicante fueron dos de las pocas (nueve en total, de 52 circunscripciones) en las que el PSOE obtuvo la victoria; tendencia que se repetiría en 1979.

Obviamente, cuando el PSOE alcanzó el poder en 1982, lo hizo con unos resultados excelentes en la Comunidad Valenciana, que se repetirían a lo largo de los años ochenta, tanto en elecciones generales como autonómicas y municipales, si bien la aparición del blaverismo encarnado por Unión Valenciana debilitaría paulatinamente dicha solidez. Pero una cosa es verse debilitado y otra que uno de los focos de la izquierda se convirtiera, en 1991-1999, en sólo ocho años, en uno de los más sólidos graneros electorales de la derecha española. Fue este vuelco, más incluso que el conseguido por el PP en Madrid, el más importante (en votos y en escaños) para entender la hegemonía que prácticamente siempre ha tenido el PP en España desde 1995, y desde luego en la Comunidad Valenciana (que sólo perdería en 2015). Y ese es un vuelco que tiene mucho que ver con la figura de Eduardo Zaplana.

Fue Zaplana quien finalmente logró arrebatar la Generalitat al PSPV, en 1995. Pero, sobre todo, fue Zaplana quien desarrolló un proyecto que logró hacerse con la hegemonía social y política en la Comunidad Valenciana. En sólo cuatro años, Zaplana absorbió Unión Valenciana mientras asumía determinadas políticas y determinados comportamientos de centro (sobre todo al principio, pues quería disputarle dicho espacio al PSPV). Y por lo demás, hizo lo que todos sabemos: se subió al carro de la burbuja inmobiliaria con gran entusiasmo; complementó esa burbuja con otra, la de los «grandes eventos» (pagados con enormes despilfarros de dinero público, para gran alegría del sector de la hostelería, del sector de la construcción, y de Santiago Calatrava); arruinó las cajas de ahorros valencianas, la televisión pública, y la Generalitat en su conjunto, para pagar las facturas, mientras consolidaba una base de poder para dar el salto a Madrid, donde fue ministro, portavoz del Gobierno y candidato a la sucesión de Aznar. Y estuvo a punto de salirle bien (sin los atentados del 11M, Zaplana quizás habría sido vicepresidente del Gobierno con Rajoy).

Sirva todo lo anterior para explicar la importancia de Zaplana para cimentar el poder del PP en la Comunidad Valenciana y en el conjunto de España. Por supuesto, aquí no hablamos de buena gestión (entre Zaplana y Camps, la Generalitat se quedó arruinada para décadas); hablamos de voluntad de poder. El poder de Zaplana y el poder del PP.

Ahora, Zaplana ha caído, pues, incluso aunque saliera absuelto de este asunto, su entrada en la cárcel tiene un valor simbólico insoslayable. Y el PP, acosado por los casos de corrupción (que han llegado a condenar al PP como organización política), por la pujanza electoral de Ciudadanos, su incapacidad para gestionar la crisis catalana, el anuncio de moción de censura de Pedro Sánchez y la imparable pérdida de credibilidad, cae también con él.

Es verdad que ya se ha dado por muerto a Rajoy muchas veces. Pero su problema es que ahora ya no controla la agenda política, sino que se la marca un partido (Ciudadanos) que aspira a ocupar su espacio político (o a completar la ocupación; ya está en ello desde hace más de un año). Es difícil saber qué argumentos puede ofrecer en estos momentos el PP a sus votantes para que continúen fieles al partido, más allá de la costumbre.

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