A veces, irse puede ser un acto de amor; no entendía a Lola cuando lo dijo, pero ahora sí. Por eso emprendo mudanza; con las alforjas llenas de nada y la piel cuajada de heridas. Porque estar, allá donde estés, supone herir y ser herido. Lo comprendo y lo asumo sabiendo que lo importante es haber estado.
Lo tengo todo ´apunt´ para esa mudanza que siempre implica tristeza y a la vez excitación. No me voy, porque las almas no viajan; se desgajan en trozos a lo largo del camino. Solo emprendo la marcha. Porque marchar e irse no es lo mismo. Los estudiantes que marchan a un país distinto para encontrarse con su futuro no se van de sus casas, aunque sus padres saben que en el fondo, ya nunca regresarán.
Echaré de menos a mi vecina Susana que puso sal a mis mañanas. Todo empezó con Francesc. Añoraré a Adrián y a Julio, que tuvo la deferencia de dirigir su sable afilado y opinión certera del periódico a la tele y a la radio. Para que todos fuéramos uno. Para que uno fuéramos todos. Y a Isabel, que como buen olmo, me nutrió de savia generosa. Joan Carles me permitió ser una columna más de este edificio de las palabras, y las que más echaré en falta serán las de aquel que será siempre una Cruz en mis días, una cruz de suma, en positivo, que pesará en mi vida porque sus palabras ayudaron a salvarme. A veces, salir en televisión fue un calvario doloroso. Otras veces, las más, un privilegio impagable.
Les dejo a ellos atrás, o mejor, al lado. Y a miles de entrevistas y entrevistados. Mi idea fue siempre ofrecer mi trabajo a la gente. No trabajé para, sino desde una empresa. Trabajé para el público y que mi legado siga más allá de mí será el mejor de mis premios.
Esta será mi casa cuando me vaya yo. Para el amigo siempre tendré un ´bravo´; ante el enemigo, siempre ´bravura´. Me voy, paso el testigo, cedo mi silla. Como dijo Antonio Gala sobre la bailarina de la Falla del Pilar del 90, hay tanto amor puesto en ella, que ni la grúa más grande del mundo podría levantarla.
