Vamos, hay que levantar el ánimo. El tiempo corre en contra. La carrera ya ha comenzado y está prohibido descolgarse. El futuro económico, así lo reconoció hace unos días públicamente Mateu Alemany, depende del presente deportivo. Prohibido ronronear. Ser grande significa saber lidiar con las adversidades. No puede ser una losa que las expectativas depositadas en este equipo sean mayúsculas. Ser equipo Champions en el año del Centenario tiene que ser un estímulo, nunca una carga. Los futbolistas, con Marcelino al frente, deben entonar el mea culpa, asumir la situación y revertirla. Ya. No queda otra. Urge ganar como bálsamo a todo lo males. O remedio a tiempo peores.

Que el bagaje en este arranque es pobrísimo es obvio. Los resultados y el juego demuestran que este Valencia roza la mediocridad. El equipo está a años luz de lo que era a pesar de haber mantenido su estructura, estar rodado y ser mejor. Pero ¿por qué se ha perdido la autoestima y maquillada la entrega? ¿qué fue del olfato goleador de Rodrigo, el liderazgo de Parejo o la seguridad defensiva de la que hacía gala este equipo? A Marcelino en vísperas a la visita a su exequipo, se le amontona la faena. El Villarreal, en una situación deportiva similar, se ofrece como la aspirina necesaria para sanar el mal arranque porque, no lo olvidemos, los mimbres son similares. Cambia, a pesar de que la crítica moleste a los protagonistas, la actitud -escribo esto y me acuerdo de Zaza y las palabra de Prandelli cuando quería ficharlo por su carácter y entrega-. Este equipo, mal que nos pese, ya no muerde.

A pesar del feo panorama (asusta mirar el calendario y ver lo que se avecina, ya que, tras jugar a la hora de la siesta el domingo contra el Villarreal, se recibe tres días después al Celta y se visita de forma consecutiva Anoeta y Old Trafford para jugar contra el Manchester y en plena resaca europea se recibe al Barcelona), yo me uno a las palabras de Dani Parejo porque como tuiteó: «Yo creo en este equipo». Y creo porque este grupo es el que el año pasado nos permitió soñar, el que nos hizo disfrutar, el que convirtió cada partido en una gran fiesta, el que unió a los valencianistas, el que ayudó a aflorar el orgullo perdido.... Pero, como el capitán dijo, debe ser un equipo. Ahí está la clave. Y aunque Carlos Soler pide «que nadie desespere», ojo, porque no puntuar en el derbi autonómico puede caldear la visita del Celta a Mestalla el miércoles. Y no estamos para eso.