Que Errejón es constitutivo de Podemos se aprecia sobre todo en las consecuencias de su gesto. En realidad, el grupo que administraba Vistalegre II sólo estaba cohesionado porque dejaba fuera a Errejón. Ha bastado que él amagara con situarse más afuera, allá donde no lo alcanza la batalla interna, para que la estructura completa quedara sacudida de modo intenso. Es algo parecido a lo que el estructuralismo llamaba la causalidad externa, o Lacan nombraba como lo éxtimo, ese punto exterior que sin embargo genera toda la lógica de lo interior. Por supuesto, esta es la debilidad de toda estructura. Descansa en algo que está fuera de ella y que la constituye. Quien llega a ser consciente de disponer de ese punto, maneja un poder importante. La estructura que vive inconsciente del mismo, no puede regirse bien. Podemos era esa estructura.

Ese poder éxtimo no deja de ser problemático y reflexionar sobre él puede mostrar las dificultades de la situación. En efecto, lo que no puede hacer lo éxtimo es convertirse en algo solo íntimo. Entonces la estructura se recompondrá con otro afuera. Pero tampoco puede convertirse en meramente exterior, porque entonces la estructura no se apoyará en nada. Lo éxtimo está condenado a serlo. La demostración del poder constituyente de lo éxtimo es así muy compleja. Por eso es difícil saber cómo evolucionará la situación. Creo que Errejón ha demostrado lo importante que es para Podemos, pero no sabemos todavía la mejor solución del proceso. Para que su poder constitutivo se vea, se han de percibir los efectos de sus actos en la estructura, su desorientación, su desconcierto. Por ejemplo, que Espinar dimita, o que los líderes regionales de Podemos se reúnan para pedir que se mantenga la ambigüedad exterior/interior de Errejón. Sin esas agitaciones de la estructura, la acción de Errejón habría sido impotente. Con ellas, sin embargo, todavía no se sabe qué significaría encontrar una buena salida.

Y esa es la primera consecuencia. El gesto de Errejón no puede significar nada desde el punto de vista de la estructura interna. Ahí no se gana nada. En una entrevista en El País del domingo, lo decía claro. Nada de lo que viene pasando tiene que ver con las viejas heridas de Vistalegre. Tiene que ver con ganar unas elecciones en el clima más desconcertante de la democracia española. No es un acto contra un partido, ni contra una dirección, ni contra una camaradería, sino un acto de racionalidad política reflexiva, capaz asumir las consecuencias. No implica cambiar nada, sino atender un interés superior: no salir derrotado de antemano. Eso es algo a lo que toda candidatura aspira.

La segunda consecuencia debería ser mirar la situación en términos de experiencia. Desde luego que las cosas no están claras, pero cuando sucede esto lo mejor es asumir que, como en los demás campos de la vida, el juego de acierto y error debería encararse en política sin miedo. En efecto, la situación es nueva en la democracia española. Alguien tiene la oportunidad de emprender otra manera de hacer las listas y de relacionarse con el aparato del partido, capaz de buscar fuera de él las alianzas más adecuadas a la pluralidad social. Si este movimiento se viera como la forma de compatibilizar un aparato de partido con las complejas realidades sociales, quizá podría ser el inicio de una transformación del juego de los partidos políticos en la democracia española. Sería sencillo: un partido permite que alguien, sin las ataduras orgánicas, busque la mejor candidatura posible, la ganadora.

¿Qué ganaría un partido con ello? ¿Cuál sería la función de un partido en esta forma de hacer política? La de mantener ideas y valores en los tiempos no electorales. Instrumento imprescindible, el partido responde a las cuestiones de la vida cotidiana, define posiciones, mantiene el archivo de cuestiones y respuestas, sirve de estructura de apoyo a la vida parlamentaria constituida, genera la inmensa agenda de contactos sociales. Pero cuando se trata de movilizar a la sociedad para definir un poder ejecutivo, con sus necesidades técnicas y sus complejas dimensiones, entonces quizá sea bueno que la estructura orgánica del partido no sea automáticamente la que emerja ante la opinión pública para pedir la confianza popular.

Muchas veces ese trabajo interno, bastante burocrático, abrasivo, expuesto a la opinión pública, es contrario a lo que debe generar una candidatura electoral: ilusión, frescura, contacto con la sociedad, lenguaje común, argumentos capaces de transcender la retórica de partido. En este sentido, podríamos considerar este gesto de Errejón no como una excepción, sino como algo que debería ser frecuente en una adecuada relación entre partidos y sociedad civil. Por supuesto que implicaría romper el maleficio de una confusión de nuestra vida política, la que se da entre lealtad y obediencia. La lealtad es un sentimiento que vincula libremente a aquéllos que comparten ideales. Funciona en términos de igualdad. No se puede pedir cuando las relaciones son de subordinación y de obediencia.

Samir Nair decía el domingo, en una entrevista de este diario, que el auge de la extrema derecha se debe a la degradación del sistema político español. Estoy de acuerdo con ello. La consecuencia de esa degradación es una debilidad obvia. Todos los partidos la experimentan. Ellos saben que su relación con el electorado está en el aire. Que el rumbo que llevó Podemos lo encaminó a esa debilidad se ha visto con las profundas consecuencias del gesto de Errejón. En estas circunstancias se hace urgente innovar y encontrar nuevos caminos que inspiren un plus de confianza en los electorados. La situación española requiere de forma urgente que las clases medias y las clases populares sean conscientes de sus intereses convergentes. Esa convergencia debe fundarse adicionalmente desde los argumentos morales adecuados. Hoy día ninguna estructura de partido está en condiciones de demandar esta confianza ni de representar esta convergencia.

Sólo puede hacerlo una plataforma electoral formada de manera consciente y expresa para atenderla. Solo ella puede lograr esas mayorías sociales para políticas capaces de ampliar las clases medias mediante la generación de los servicios públicos suficientes para atender mejor a las clases populares y garantizar una razonable igualdad de oportunidades. Sólo esas mayorías pueden generar poder político suficiente para lograr una reforma fiscal como medio de impulsar políticas públicas solidarias. Eso es urgente, porque enfrente se está abriendo paso una política que sólo extremará las desigualdades.

Creemos que las innovaciones se logran mediante complejos sistemas diseñados en fríos gabinetes, con herramientas teóricas elaboradas y en ambientes neutralizados respecto a exigencias de la vida cotidiana. Esa es la base de la innovación conservadora que desde Reagan se apoya en experimentos que estudian las respuestas de los sistemas psíquicos a sus mejores consignas. Pero las innovaciones sociales también se realizan en situaciones de urgencia, dominadas por el estrés, y como una forma de superar momentos para los que nadie creía que hubiera salida. Por regla general son resultados sobrevenidos de una constelación que se había dispuesto para otra meta. Se trata de esos instantes en los que la desesperación resulta aliviada por la irrupción de algo casi mágico. Los alemanes llamaron a esto Dioses del instante, la noción más básica del tiempo propicio. Todavía se puede considerar la situación en que se encuentra Podemos como una oportunidad, como una experiencia libre y llena de potencialidades. Al principio de este artículo he comentado que el mayor problema de Errejón quizá sea que nadie puede decir en qué consiste una salida óptima. Creo que sólo se podrá identificar en la medida en que sea una victoria de la política de todos, de lo éxtimo y de lo íntimo. Y creo que esto sólo puede significar que un instante de bloqueo se transforme en la oportunidad de un nuevo comienzo.