Tenía ganas de escribir a favor de la revolución que está suponiendo el uso de las bicicletas en la ciudad de Valencia y en todas las ciudades, en general. Espero que nadie me acuse de oportunista o de escribir sobre temas que me son ajenos, porque llevo más de cuarenta años desplazándome de modo prioritario por la ciudad de Valencia en bicicleta, desde mucho antes de que se habilitasen los carriles bici. De hecho, recuerdo uno de los primeros que hicieron los socialistas en los años ochenta, muy cerca de mi casa, por la calle Cádiz. Un carril bidireccional de apenas 1,20 metros y con cierto grado de inclinación hacia la acera. Una auténtica chapuza, pero yo lo recorría con mi bicicleta una y otra vez como chico con zapatos nuevos, a pesar de que no iba a ninguna parte, pues se acababa con la calle. Cuando viajaba a países como Holanda o Dinamarca quedaba sorprendido de que los ciclistas tuviesen carriles como los de los coches para ellos solos, y de la cantidad de bicicletas que había circulado a pesar del tiempo tan lluvioso que impera por esas latitudes.

Han tenido que pasar muchos años para ver que en ciudades como Valencia han ido creciendo poco a poco los carriles bici por los que circular sin jugarte el tipo. Los carriles de PP eran de dos metros y, normalmente, pintados encima de las aceras. Se veía que estaban hechos sin ganas, para cumplir y apuntarse a la moda de la sostenibilidad. Algunos como el de Peris y Valero que recorro a diario, parece una Gincana por sus curvas, desniveles, estrechez, transiciones buscas, etc. pero cumple su función. Afortunadamente se llegó a tiempo de modificar el Anell Ciclista del centro y hacerlo de 2,5 metros, que es lo mínimo que se puede pedir a un carril bidireccional.

Este auge de la bicicleta como medio de transporte urbano va paralelo a las restricciones que se van imponiendo a los coches privados para circular por el casco histórico de las ciudades. A pesar de las protestas de muchos conductores recalcitrantes, no se está haciendo nada que vaya en contra de la primera funcionalidad con las que fueron creadas esas calles y plazas históricas, pues estaban pensadas para que circulasen personas caminado, o carros con caballos, que era la única forma de movilidad conocida. Son calles bastante estrechas en las que no cabe mucho más, pero la explosión del automóvil las colonizó de una manera nefasta, hasta cambiar su fisonomía, recluyendo a los peatones en una estrecha franja llamada acera. Ya nos hemos acostumbrado a ver las calles con coches aparcados en los laterales y otros circulando por el centro, pero cuando vemos una calle sin coches, como ocurre, por ejemplo, cuando los desalojan por una poda, nos damos cuenta del enorme espacio que se está desaprovechado para la vida de las personas. Un coche aparcado ocupa un volumen de varios metros cúbicos, y puede estar días enteros sin moverse ni prestar servicio alguno, ocupando un espacio muy valioso de la ciudad. Sería más razonable, cuando no se dispone de parking, tener estos coches en amplios aparcamientos creados por los ayuntamientos en las periferias de las ciudades, y cuando se tuviese que usar para un viaje o similar, se podría acceder al mismo en transporte público. De esta forma liberaríamos muchísimo espacio para la vida en la ciudad.

Con un sistema adecuado de carriles bici, en una ciudad completamente llana como es Valencia, que además cuenta con la fabulosa vía de comunicación del Jardín del Turia, se puede acceder a cualquier parte de la misma en bicicleta o patinete eléctrico en el mismo o menor tiempo que con un coche. Sobre todo, en bici, es un auténtico placer desplazarse al aire libre y hacer un ejercicio moderado. Pero hay otro factor que será fundamental durante los próximos años para este boom de la bicicleta. Es el surgimiento de las bicis eléctricas (e.bikes) que constituyen una auténtica revolución, tanto para la movilidad como para el ejercicio físico. Y digo bien porque estas bicis, en contra de lo que creen algunos, solo funcionan si le das a los pedales. La ventaja está en que tienen varios niveles de asistencia eléctrica en función del esfuerzo que queramos realizar. Esto permite llegar a cualquier parte con un esfuerzo moderado, y si se quiere hacer deporte, con una e.bike de tracking o de montaña, podemos disfrutar subiendo a cualquier pico montañoso, por muy empinado que sea el camino, haciendo el esfuerzo que queramos o que podamos. Muchas peñas ciclistas de montaña, cuyos miembros se van haciendo mayores, se han pasado a las e.bikes, y los ves en todas las cimas de la Comunitat sin tener la cara desencajada por el esfuerzo de la subida. Algo así ha pasado en la peña ciclista de montaña de la Universitat de València a la que pertenezco, y os puedo asegurar que se disfruta muchísimo y permite ir a todos juntos, pues cada uno utiliza el nivel de asistencia que necesita.

Todas estas razones me llevan a afirmar que, sin duda, las bicicletas eléctricas son el invento del s. XXI. Pero al igual que el invento de la bicicleta en el s. XIX quedó eclipsado por el de los coches con motor de combustión, auguro que en esta ocasión ocurrirá al revés, y que las bicicletas eléctricas contribuirán al ocaso del uso del coche en las ciudades. Solo hace falta que bajen un poco de precio y que la gente se entere de sus grandes ventajas. Aunque quizás esto no nos convenga demasiado a los ciclistas de montaña, porque supondrá una auténtica invasión de sierras próximas a las ciudades como Espadán o la Calderona. Un amigo de la peña ciclista, cuando subimos a picos como el Garbí y miramos extasiados la preciosa vista del mar, acostumbra a decir: mirad qué suerte tenemos de que el 90% de la gente se concentre en la franja del litoral, todos apretados en la playa tomando el sol. ¿Os imagináis que les diese por venirse a la montaña? Sería el fin de nuestro privilegio. Pues eso… que se queden en la playa.