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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Arquitecturas para la Plaza

Ha tardado pero, finalmente, las ideas de diseño urbano para la Plaza del Ayuntamiento ya están encima de la mesa. No son las primeras y, probablemente, no serán las definitivas, dado que los políticos de la corporación valentina han decidido incorporar demandas a los primeros bocetos seleccionados. Los resultados no son malos aunque sí decepcionantes, lo cual no es ninguna novedad dada la ignorancia del Ayuntamiento en estas lides y su persistencia en el error de convocar concursos abiertos para solventar problemas complejos, delicados y de enorme repercusión tanto estética como simbólica en el corazón de la ciudad.

El concurso es un tema recurrente en la historia de la arquitectura occidental. Se hicieron concursos en la Italia gótica y en la renacentista, el del Campanile de Florencia ganado por un pintor, o el de la misma cúpula de su Catedral sin ir más lejos. Se han hecho hasta en la Rusia stalinista, como el del Palacio de los Soviets que daría paso a las llamadas «siete gemelas» moscovitas, siete rascacielos iguales inspirados en Boris Iofán y el Empire State, objeto de una extraordinaria exposición en el IVAM de los 90. Pero a día de hoy, ya no se convocan con carácter abierto porque los grandes estudios profesionales rehúyen competir contra docenas de propuestas de jóvenes arquitectos o de mediocres equipos locales que presionan a jurados y políticos conocidos para tener opciones.

Si nos enfrentamos a un tema sensible como pueda ser la plaza central de una gran población como Valencia, lo serio debería originarse mediante un concurso restringido y por invitación. Tal vez con una fase previa, como ocurre en los grandes torneos de tenis, por si entre los noveles despunta alguna sorpresa. Poco más. Lo importante es que los promotores sepan lo que quieren, que estudien el catálogo internacional de soluciones y traten de involucrar a los mejores de entre los más adecuados para que presenten sus propuestas. Luego, si el jurado se equivoca eligiendo ganador al que no debe, es otra cuestión.

Puesto que hace unos días, coincidiendo con la difusión de las cinco propuestas seleccionadas para la Plaza, se inauguraba la remodelación del Ágora de Santiago Calatrava, convertido ahora en exitoso Caixa Forum, bueno será conocer cómo organizó la fundación cajística esa intervención: La Caixa invitó a ocho equipos españoles (tras desestimar incluir al famoso arquitecto danés Bjarque Ingels), de los que tres eran valencianos: Alfredo Payá, Joaquín Sanahuja y Ramón Esteve. Los ocho seleccionados recibieron 25.000 euros cada uno para sufragar los gastos de su dedicación al concurso, incluyendo una maqueta. Tras una primera criba, finalmente se decidieron por el catalán Enric Ruiz-Geli.

A simple vista, la de los bonitos renders, los cinco equipos seleccionados para la Plaza presentan vistosas soluciones. Todos restringen el tráfico rodado, incluso el público, posiblemente en exceso. Y todos apuestan su proyecto al pavimento y al arbolado. Básicamente eso es lo correcto: peatonalizar, elegir un buen suelo que no sea resbaladizo ni sucio sino drenante, y plantar cuantos más árboles que den sombra mejor –caducos como los grandes plátanos de la Gran Vía, preservando la monumentalidad de muchos de los buenos edificios que delimitan este espacio. No hay otra. Hace algunos años le pregunté a Juanjo Estellés por la Plaza y su respuesta fue tan escueta como lúcida: elegir un buen pavimento.

Ahora bien, cuatro de los cinco equipos resuelven del mismo modo el gran hueco central de la Plaza, el rectángulo que separa el Palacio Municipal del arquitecto Francisco Mora (y de un nutrido grupo de artistas, entre los que se debe destacar a Mariano Benlliure y Luis Dubón) del Palacio de Correos de Miguel A. Navarro, el escultor Víctor Hino y los maestros vidrieros, los hermanos Maumejean. La solución que adoptan para ese lugar desde donde se disparan les mascletaes, es una fuente con chorritos a presión desde el suelo, vaporizando el ambiente y haciendo las delicias de los niños. Estos chorritos son abundantísimos. Su éxito ha sido prácticamente universal y uno se los encuentra en casi todas las ciudades del mundo, también en Valencia, donde resultan la principal atracción en verano del Parque Central.

En cambio, no parece la mejor respuesta para la Plaza, un ámbito rotuliano de la ciudad y habitado mayormente por oficinas, restaurantes y hoteles con turistas. Pocos niños, y en cualquier caso alejados de casa. Los chorritos seleccionados tampoco presentan ninguna originalidad. En Chicago, por ejemplo, existe desde hace tiempo una fuente con chorros desde el suelo que se remata con una escultura audiovisual de Jaume Plensa, lo que dota de personalidad a la propuesta. Tampoco hay elementos escultóricos en ninguno de los proyectos finalistas, a pesar de que estos son constitutivos del enclave urbano. Volvamos a Chicago, donde las poderosas esculturas de Picasso, Miró y Alexander Calder –y más recientemente la de Anish Kapoor¬– marcan la calidad de los itinerarios más influyentes de la ciudad, considerada por lo demás como un museo vivo de la arquitectura contemporánea.

Algún itinerario escultórico se echa en falta, por lo tanto, tal vez como marca del camino por la antigua Bajada de San Francisco hacia el Mercado Central. Detalles que sí ha tenido en cuenta el citado Caixa Forum, que ha adquirido dos piezas de las artistas valencianas Inma Femenía y Anna Talens como remates del nuevo aspecto del Ágora. Trabajo en equipo entre arquitectos y artistas plásticos que también acometían con frecuencia los maestros renacentistas de los que antes hemos escrito. Brunelleschi, por ejemplo, quien ganó el concurso de Florencia en compañía de Donatello, el escultor protegido de los Medici.

Tampoco resuelven los proyectos seleccionados las diversas perspectivas de la Plaza. No hay visiones de dentro afuera y de afuera adentro desde las calles aledañas, ejes de una gran trascendencia visual. La perspectiva de Marqués de Sotelo, con la Estación del Norte al fondo, es fundamental para la calidad final de la propuesta, al igual que el eje de Barcas desde donde se observa la fachada aerodinámica del Banco de Valencia, probablemente el mejor ejemplo de arquitectura neocasticista de España. Y lo mismo cabe decir del encuentro de María Cristina y San Vicente con las aceras de la Plaza, la neobarroca de Almenar y Goerlich, y la moderna de Rieta y Albert.

El Ayuntamiento todavía está a tiempo de tomar las riendas del más importante proyecto urbano de la ciudad. Si volvemos a errar, tendremos una ciudad de aspecto mediocre durante décadas. La plaza de la Lonja es fallida a medias; la plaza de Brujas un errático diseño de pesados bancos y pérgolas mal dispuestas que ocultan las fachadas del Mercado. Y en la plaza de la Reina se augura lo peor, visto el bosque de mástiles cromados con los que se decora el impresionante espacio que durante siglos envolvía la fachada barroca, la puerta de los Hierros que nos legó el arquitecto y escultor austríaco, por más que italianizado, Conrad Rudolf.

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