Bajo la presidencia de François Hollande, el Museo del Louvre abrió al público en 2014 la exposición «Marroc Médiéval. Un Empire de l´Afrique à l´Espagne», protocolariamente inaugurada por la princesa real Lalla Meryem, en un claro ejemplo del tradicional soft power cultural de Francia y su palacio del Quai d´Orsay, implementado originalmente (1962) por el famoso ministro de Cultura André Malraux con operaciones diplomáticas de altos vuelos políticos como el viaje trasatlántico de «La Mona Lisa» para su exhibición temporal en el Metropolitan Museum de Nueva York.

En este mismo orden de cosas, tras el inexplicablemente pasmoso cambio de posición de nuestro gobierno respecto al problema de la soberanía de la antigua provincia del Sáhara Occidental, España y Marruecos han desbloqueado ahora miméticamente la celebración en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) de una magna muestra que revisa la secular historia compartida entre ambas riberas del estrecho de Gibraltar desde tiempos ancestrales.

Tal evento museístico lleva por título el explícito de «En torno a las Columnas de Hércules. Las relaciones milenarias entre Marruecos y España», cuenta con la buena estrella del regio patronato de Felipe VI y Mohamed VI y sus curadores intelectuales han pretendido, al albur de los nuevos aires internacionales, presentar en Madrid las evidencias arqueológicas de los profundos lazos culturales de dos países vecinos que dos mil años atrás compartieron los avances de la lengua latina y la civilización romana, bajo los nombres respectivos de las provincias de Hispania y Mauritania Tingitana.

Conexión norte y sur del Mediterráneo bien conocida previamente ya en época de la colonización fenicia, desde que en 1967 el profesor Miquel Tarradell acuñó el término globalizador de «Círculo del Estrecho», destacando la fundación de ciudades como Gadir (Cádiz) y Lixus (Larache), pero que en realidad se remonta a la prehistoria misma, cuando materiales exóticos de procedencia africana como el marfil o los huevos de avestruz llegaron al sur de Europa durante el Neolítico.

La desintegración del imperio romano de occidente en el siglo V d.C. conllevó a su vez la creación de un reino visigodo en España, mientras que en cambio el norte de África fue ocupado de modo efímero por otro pueblo germánico, los vándalos. Posteriomente la rápida expansión del Islam por Ifriqiya y el Magreb alcanzó finalmente en el año 711 la península Ibérica, dando paso a los casi ochocientos años de las luces culturales de Al-Ándalus. Si bien la conquista cristiana de Granada por los Reyes Católicos y el descubrimiento de un nuevo mundo al otro lado del Atlántico (1492), acabarían haciendo que las dos orillas del Mare Nostrum discurrieran durante los siglos venideros por derroteros vitales escindidos.

No obstante, los comisarios científicos de este relato expositivo de consenso transnacional parecen haber soslayado en esta ocasión la verdadera importancia histórica de las costas de Argelia en el Magreb Medio y la tesis clásica de F. Braudel sobre la prelación de las vías de intercambio bicontinental del espacio marítimo conocido como el «Canal de la Mancha Mediterráneo», respecto de las difíciles aguas del propio estrecho: «El extremo del Mediterráneo occidental es un espacio autónomo, angosto, aprisionado entre tierras y, por tanto, más propicio a la apropiación humana: es el «canal» que va desde el Estrecho de Gibraltar. Al oeste, a esa línea que se puede trazar, a grandes rasgos, de Valencia a Argel. Esta «Mancha» alargada que va de este a oeste es relativamente fácil de franquear en dirección norte sur. No es una barrera líquida que se levanta entre la masa continental del mundo ibérico y la del mundo norafricano, sino un río que une más que separa, que hace del África del norte y de Iberia un solo mundo, un bicontinente».

Tal como demostraría el hecho de que el geógrafo musulmán Al-Yacubi escribiera ya en el siglo IX como el camino más corto para viajar entre Oriente y Córdoba era cruzar desde el embarcadero de Tenés, situado entre las actuales Argel y Orán, el tranquilo brazo de mar de unos 200 kilómetros que le separa de las costas alicantinas y el también geógrafo Al-Bakri enumerara algo más tarde los distintos puertos magrebíes del siglo XI siempre en relación con sus correspondientes de Al-Ándalus, a tenor de los trabajos del recordado arabista Mikel de Epalza.

Por más que el buque insignia de nuestros museos arqueológicos, el emblemático Marq, siga consagrado a la cultura del espectáculo con la programación de «Gladiadores. Héroes del Coliseo» y un nuevo CaixaForum se acabe de presentar en sociedad con la reposición de «Faraón. Rey de Egipto», exhibiciones foráneas que nada tienen de embajadas de la idiosincrasia cultural del pueblo valenciano.

Sin olvidar, por último, que estos vetustos periplos náuticos paradójicamente podrían haberse perpetuado aún hoy en día, mil años después, en la estacional odisea de miles de emigrantes magrebíes, de viajar en barco entre Valencia y Mostaganem (Argelia) (Levante-EMV, 19-06-22), en el marco de la Operación Paso del Estrecho 2022 (OPE) , amén de por no hablar del «patuet» de los valencianos de Argel.