Después de varias semanas en Ucrania, con un programa de evacuación de personas que desean abandonar las zonas en conflicto, reconozco que lo más cómodo sería hablar de alianzas, de imperios, de estrategias nacionales, pero no va a ser así. No voy a intentar hacer una descripción geopolítica de lo que está aconteciendo, pues para eso, ya hay mucho experto y tertuliano inundando y saturando los medios de comunicación y las redes sociales.

 Es más bien, una crónica sentimental y humana de las sensaciones que se perciben según estés metido en el ojo del huracán, o bien si te asomas al problema desde el cómodo sofá de casa, frente al televisor.

Estamos haciendo, con la imprescindible ayuda de generosas donaciones, todo lo humanamente posible para mitigar el sufrimiento de muchas personas. Personas víctimas de geopolíticas decididas en despachos lejanos, geopolíticas que sólo defienden intereses y no personas.

Aparte del reconocimiento y hasta halagos de una mayoría de personas, quisiera hacer hincapié en otros “reconocimientos” no tan amables.

 Algunos nos acusan de estar en Ucrania rescatando nazis, otros nos reprochan no estar ayudando a los africanos en la valla de Melilla, algún avispado ve en nuestra labor una actividad pro rusa, no falta quien nos tacha de temerarios, y los menos, se inclinan por llamarnos aventureros.

Respecto al primer reproche, que en Ucrania hay nazis, es seguro. Quizás no haya tantos como en España. Lo que sí puedo asegurar, es que en las evacuaciones que estamos llevando a cabo, sólo he visto mujeres, niños y niñas en su mayoría, personas mayores, todas ellas moviéndose casi con lo puesto, y también algunos animales. Pero nazis no veo.

 Respecto a que mejor ayudar en la valla de Melilla, es evidente el desconocimiento de la trayectoria de quienes estamos aquí en Ucrania. La mayoría hemos pasado por Nicaragua, El Salvador, Palestina, Sáhara, Malí, Colombia, los campos de refugiad@s sirios y afganos en Grecia, ...... y puedo asegurar que seguiremos pasando por los sitios, donde geopolíticas aparte, las personas sufran o necesiten ayuda, como ahora mismo también ocurre en Ucrania.

 Respecto a la actividad pro rusa, imagino se refieren a que estamos ayudando a vaciar de población las zonas que interesan a Rusia.

Pues bien, a estos reprochantes, les diría que me parece que ninguno ha visto de cerca el rostro de quienes huyen de los bombardeos, de quienes dejan atrás casa, familia y tierra con una maletita, de quienes no saben dónde dormirán mañana, de niños y niñas con la mirada perdida por no entender que está pasando, nunca han visto la cara de personas mayores que deberían estar tranquilas y bien atendidas en su casa, y en cambio, andan viajando con lo puesto en un bus conducido por un "temerario aventurero" y sin saber su destino.

 Respecto a lo de temerarios, si nos ajustamos a su definición (persona que acomete una acción peligrosa con valor e imprudencia), les diré que ni una cosa ni la otra. La falta de valor, se compensa con una buena dosis de solidaridad y empatía hacia quienes necesitan ayuda. Y de imprudentes nada de nada. Tomamos las medidas de seguridad pertinentes y adecuadas, según la zona de rescate, chaleco antibalas incluido.

 Y si hablamos de aventureros, no entraré a valorarlo porque es muy subjetivo. Hay quienes consideran una aventura ir la India a visitar el Taj Mahal o ir a un safari fotográfico por África.

 No quisiera terminar esta crónica “sentimental” de Ucrania, sin referirme a los halagos recibidos. Sí, también he recibido elogios. Pero para mi gusto, demasiados halagos para alguien que, además de no estar acostumbrado a oírlos, prefiere hacer oídos sordos para que no interfieran en un ego que, si se sobredimensiona, te convierte en una persona estúpida y alejada de la realidad.

 Estemos donde estemos, y nos tachen de lo que nos tachen, vamos a seguir, o bien cavando trincheras para resistir, o bien abriendo caminos para avanzar. Porque, en el fondo, la vida es una mezcla de causas y cambios.

Causas por las que luchar, causas en las que involucrarse, causas con las que sentirse identificados.

Todo ello en medio de cambios inevitables a los que habrá que adaptarse si sirven para avanzar o a los que habrá que resistirse si suponen un retroceso.

Causas y cambios que, en definitiva, deberían tener como única y exclusiva meta, la felicidad humana.

 Termino estas reflexiones, dando mil gracias a quienes nos apoyan, material o moralmente, deseando muchísima suerte en su nueva vida a las personas refugiadas, y exigiendo humanidad a los responsables de tanta tragedia por todo el mundo.