Abróchense los cinturones, que vienen curvas. El circo de la política valenciana ha entrado en una espiral que no deja de entrañar ciertos peligros para el manejo, siempre delicado, de los asuntos económicos. El crónico desinterés de la sociedad por la política podría paliarse ante esta nueva fase que abordamos, marcada básicamente por la decadencia de un partido, el PP, que lleva una década en el gobierno más o menos absoluto de la Comunidad Valenciana. El barco se ha escorado hacia estribor por los ataques recibidos con fuego amigo desde dentro (Malicia de Miguel y el resto de los quintacolumnistas de Zaplana), con apoyo externo (Coalición Valenciana o el regreso de la caverna). Horas bajas en el partido en el Gobierno. El Consell toca a zafarrancho para intentar cerrar vías de agua y mantenerse a flote, pero la historia se repite. Todo lo que está ocurriendo aparece descrito en las hemerotecas de los últimos treinta años. Cuando un gobierno se ve acosado por acusaciones de corrupción, rebeliones internas, algunas mentiras y fugas de diputados, se abre un período de decadencia del que se adolece la sociedad entera. El desgobierno cunde, los asuntos graves se aplazan y la pérdida de credibilidad se acelera. Y lo que realmente importa permanece congelado.

Así, las nuevas leyes inmobiliarias que deberían sustituir a la desahuciada LRAU están paralizadas, como los mil y un PAI y los campos de golf presentados bajo su sombra. La parálisis permanente en que está sumida la conselleria de Rafael Blasco hace dudar del cumplimiento de sus compromisos electorales (65.000 VPO, no olviden). Blasco ha perdido la confianza recibida. Hasta los alcaldes del PP se rebelan y rechazan sus incomprensibles proyectos. Por otro lado, los planes de Justo Nieto para la reconversión de la industria siguen expuestos en la vitrina de las ideas esperando a que alguien se acuerde de enchufarlos al presupuesto autonómico. La casa de Nieto también se ha convertido en una inmensa factoría de distracción mientras la industria regional se hunde irremisiblemente: 300 empresas cerradas y 5.000 empleos perdidos en dos años sólo en el sector de componentes del calzado, según fue denunciado la semana pasada en la Feria de Alicante. ¿Dónde está la alternativa?

Por su parte, el conseller Gerardo Camps sigue cumpliendo, seguramente a rajatabla (es el departamento más opaco de la Generalitat), el plan de saneamiento impuesto por Pedro Solbes desde Madrid. Lo cual explica que pretenda seguir entreteniendo a la opinión pública con fuegos articificiales. No de otro modo puede entenderse el súbito interés por construir un nuevo elemento de Calatrava para la Ciudad de las Artes, la frenética actividad mostrada en su conselleria para que en la Ciudad del Cine de Alicante se pueda rodar de una (puñetera) vez una película -como si en ello fuera la salvación del país-, o la convocatoria y asistencia a múltiples congresos de economía para analizar lo que ya todos sabemos.

Todo lo cual compone un excelente escenario para que las organizaciones empresariales valencianas alcen la voz e intenten señalar el camino y las prioridades a un Consell un tanto perdido en sus propios laberintos. Pero no es el caso. Unas permanecen en silencio, temerosas de aparecer como abanderadas de la oposición y perder puntos (ya ha ocurrido, pregunten a Cristóbal Aguado), y otras siguen a lo suyo, aisladas del mundo real: Sólo le hubiera faltado al presidente de la Cámara de Comercio, Arturo Virosque, invitar a la Noche de la Economía a algún uniformado para junto con el arzobispo, allí presente, componer una estampa digna de la España de pasodoble y castañuela de los mejores tiempos... del viejo régimen. El clérigo y los mansos empresarios aplaudieron a sordas un discurso que perfectamente podría haber sido ahorrado en aras de la concordia, el sentido común y el respeto a las otras opiniones. Aunque soportamos con estoicismo la broma de que Virosque sólo persigue con su invitación obispal asegurarse una plaza en primera fila para cuando venga el Papa el año que viene a Valencia a presidir el Encuentro de la Familia (ya nos contará un día de éstos Alberto Catalá con cuánto contribuirán las nutridas arcas del Arzobispado a suavizar los elevados costes de la Feria, lugar donde se celebrarán las reuniones del encuentro papal).

Una vez superado el pintoresquismo de la Noche de la Economía, cabe preguntarse cuál es el papel que creen tener los empresarios en la sociedad, si confían en él y si han pensado alguna vez tomarse en serio las organizaciones que los representan. No es muy normal que Virosque prepare sus discursos, dicen, durante sus desayunos con el diputado (PP) Vicente Sánchez Pujalte de los sábados por la mañana en el Hotel Inglés, en lugar de hacerlo con los líderes sectoriales. Mientras la industria de la región se desmorona, algunos dirigentes empresariales siguen tocando la pandereta de su tremenda dependencia del poder político, especialmente de sus subvenciones y deseos. Como dice esta semana el empresario Federico Félix en una singular entrevista concedida al semanario El Boletín, «estamos sin AVE sin agua y cacareando». Pues eso. Economía cañí.

La historia intermitente

Ha bostezado el león dormido de Aguas de Valencia. Justo días después de que Alicia de Miguel reconociese pública y tácitamente la severa intervención de la Generalitat en el día a día de la empresa (algo que ella, Zaplana y Vicente Boluda negaron en su momento hasta la saciedad), se perciben de nuevo movimientos societarios en el seno de su consejo de administración. Al parecer, los cuatro socios locales pretenden agrupar sus participaciones (un 60% aproximadamente) en una especie de sindicato para hacer valer su peso frente al fondo de inversiones francés (PAI Partners), que controla el 33% restante (después de siete años de guerrillas, ya se les podía haber ocurrido antes).

La operación tiene sus motivos. Este verano, el ex director de Aguas, Alberto Alonso, fraguó una operación -con un error de diseño que le condujo directamente a la calle- para ganar el concurso de aguas de la ciudad de Santander. Se aprobó ir al concurso en UTE con Valoriza Gestión, una sociedad de creciente tamaño en el sector de aguas, perteneciente cien por cien a Sacyr, la misma compañía que compró recientemente en Valencia la empresa Sufi, ganadora a su vez del concurso de basuras de Fervasa (no se me pierdan). Y se da la circunstancia de que Luis del Rivero, dueño de Sacyr y con muchos intereses en Murcia (como el Banco de Valencia), conoce el interés de la francesa Veloria (antigua Vivendi) por adquirir Valoriza y, «pour quoi pas?» de paso echar un vistazo al paquete de sus paisanos de PAI Partnes en Aguas de Valencia. Toda una serie de carambolas que podrían acabar con un nuevo socio francés (y ya sería el tercero) sentado en la sede de la gran vía Marqués del Turia. De nuevo, los galos haciendo de las suyas.