A media mañana del lunes, en Barcelona se hizo de noche y alrededor de medio millón de vecinos se quedaron sin luz. Dicen los expertos que la culpa del apagón la tuvo la caída de un cable de alta tensión. Así lo repite Luis Atienza, el ex ministro socialista que preside Red Eléctrica. Puede ser, pero la verdad es que en esto de los apagones huele a chamusquina. Y no lo digo sólo por el incendio y el humo que provocó no pocas molestias a miles de ciudadanos; lo digo porque llueve sobre mojado. Cada verano se producen apagones en alguna ciudad española. Así que llegan los calores y sube la demanda de electricidad -aparatos de refrigeración, aire acondicionado- y ¡plaf! Apagón al canto.

Pasa todos los veranos, pese a que hace sólo nueve años, en 1998, durante el primer Gobierno Aznar, las empresas del sector eléctrico recibieron del erario la bonita cantidad de un billón doscientos mil millones de euros -billón, con b- para, según nos vendieron entonces la moto, «hacer frente a los gastos de la competencia derivadas de las normas de la UE». Lo recuerdo como si fuera hoy porque en aquel entonces me llamó mucho la atención que aquella noticia -el increíble regalo que recibieron estas empresas con cargo a los contribuyentes- apenas tuvo circulación por los medios, quizá porque las eléctricas eran y son grandes anunciantes. Según el Gobierno de entonces, las compañías favorecidas se comprometían a no subir las tarifas y, sobre todo, a invertir aquel dineral en el mejoramiento de las instalaciones de la red eléctrica.

A la vista del apagón de Barcelona de esta semana o de los sufridos por Madrid el año pasado, no está claro que lo hayan hecho. Esperemos que en esta ocasión a la hora de averiguar la verdadera causa del apagón, no se produzca otro apagón informativo.