El otro día estuve en la primera piedra del acueducto que enviará desde el Júcar un supuesto ramal de socorro a los agrios y desolados parajes del Vinalopó, no sé si el viejo río aguantará tanto: mantiene el secarral subvencionado de Albacete, la próspera (y modélica) viticultura de la Manchuela, los riegos históricos de mi comarca (y algunos de l’ Horta Sud), da de beber a Valencia y Sagunto y por Les Valls, llega a la raya de Almenara. Juan José Moragues, el jefe del Júcar, ha prometido culminar la obra a finales del año venidero y este ingeniero educado en modales y disciplina, seguro que cumplirá: ya ha reparado los embalses de Castellón que se habían quedado como el cantarillo -o el virgo- de una doncella necia, ¡Ay, madre, que me lo han roto! Eso sí, la primera piedra -que era, en realidad, dos secciones de tubo con una luz de casi dos metros- se colocó en una zanja de atrezzo.

Postiza del todo fue también aquella primera piedra del trasvase del Ebro que Aznar colocó en algún lugar de Castellón y que luego quedó olvidada tras su cerco de vallas amarillas. En lo que se parecen la política hidráulica del PP y del PSOE es que ambas aman, solicitan, halagan a las constructoras. Dejar a una constructora sin la posibilidad de abrir agujeros es como negarle a un adolescente el desahogo onanista: un peligro público. He visto las postales y la conducción atravesará parajes blanqueados como la calavera de un buey en el desierto de Sonora. Lo dicho: poco río me parece para calmar tantas ansias.

Ansias un poco africanas, como los pagos a redimir por el agua. De los tres consellers invitados no acudió ninguno, ni en persona, ni en efigie ni representados por un propio. No mandaron ni al conserje, dicho sea con el mayor respeto: el conserje, alta creación del genio ibérico, es el fijo por antonomasia. Cuando el conseller o el ministro pasan al olvido, el conserje sigue en su plaza fija, comiendo y friendo como un buen cristiano.

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