Rodríguez Zapatero le dijo el domingo a sus mozos socialistas que la fe no puede imponerse a la ley. Supongo que el presidente buscaba un titular de prensa para responder a los obispos en su obstinación por cargarse la asignatura de educación para la ciudadanía, pero no creo que fuera su intención entrar en campo teológico y espetarle una homilía dominical a los nuevos rojos, seguramente poco interesados por su fe. Sin embargo, monseñor Blázquez, que preside la Conferencia Episcopal, le contestó el lunes al presidente que «la fe se propone y no se impone», remitiéndose al parecer del Papa, como si de un debate sobre la fe misma se tratara y no de una respuesta al intento de los obispos de imponerse sobre los criterios establecidos para la formación en valores cívicos de un Estado aconfesional como el nuestro. No se trataba, pues, de discutir sobre el derecho que los prelados tengan a proponer su fe, en el caso de que la mantengan incólume, ni si hay que buscar la fe, la fe se encuentra o cómo se alimenta la fe, que es un asunto de respetable meditación en el seno de la Iglesia. Se trata más bien de que la Iglesia que quiere aparecer como perseguida cultive su fe en casa propia, deje de presumir de que quien pretende formar a los españoles en valores y realidades ciudadanas la persigue por su fe y reconozca que, muy al contrario, es ella la que pretende imponer su criterio, que no su fe, a quien pertenece a su corral y a quien no. O dicho de otra manera: que en este caso la iglesia perseguida vuelve a ser, más bien, la iglesia perseguidora. Más claro todavía: que el debate que la Iglesia plantea es un debate político y no un debate teológico. Y que lo es lo demuestra que los propios religiosos de la enseñanza, tan poco sospechosos de no apreciar su fe, no ven en su federación los problemas que educación para la ciudadanía sugiere a los obispos para mantener un forcejeo con quienes hacen la ley. La confusión siempre es la misma. Cuando se habla de los mártires de 1936 se dice que fueron perseguidos por su fe. Hay que deplorar y condenar cualquier tipo de martirio y, por supuesto, cualquier tipo de persecución. Pero aunque es probable que entre tantos mártires algunos inocentes fueran perseguidos por su fe, lo que está claro es que muchos de ellos fueron perseguidos por la posición política de la Iglesia a la que pertenecían, del mismo modo que por sus ideas políticas fueron sacrificados tantos inocentes sin aureola en el otro bando. Bueno sería no tener que remitirse a 1936 para entender a la Iglesia, pero es su jerarquía la que invita al recordatorio en su adopción de posiciones frente al poder civil que recuerdan inevitablemente otro tiempo. Quizá el error de Zapatero consistiera en referirse a la fe, creyendo, quizá de buena fe, que es la fe y no el poder lo que interesa a los obispos. Quizá hubiera sido más claro hablando de credos.