Cuando se invierten los precios, se invierten los valores. Se queja el taxista de que su hija, la universitaria, trabaja en una multinacional, ronda los treinta, sigue en casa, no acaba de ennoviar y, en vez de ahorrar para una vivienda, gasta en viajes. Él a su edad no había hecho más viaje que el de la mili y ya tenía hipoteca. La inversión de los precios no puede con la inversión de sus valores aunque reconoce que hoy se vuela por cuatro duros mientras que la entrada del piso se ha quedado fuera de las posibilidades de ahorro de la chica y la mensualidad de la hipoteca le supera el salario.

A ver en qué gastamos el dinero dentro de unos años si se sigue esta línea por la que lo que era lujo tiende al bajo coste y lo que era primera necesidad propende al lujo. Se vuela barato pero se come caro. Baja el avión, sube el pan. A nadie se le ha ocurrido todavía comercializar las patatas, la leche, el pan y el maíz de bajo coste mientras crece la oferta de cruceros baratos y algún avispado ya anuncia alta cocina a bajo precio y otras cuadraturas circulares. Al tiempo, la torta ya no está al alcance de los más pobres campesinos mexicanos porque el maíz se utiliza para combustible y se le está poniendo precio de petróleo. «Sin maíz no hay país», rimaba, por escrito pero con su fonética americana, un campesino. Podremos llegar a ver cómo en los centros de las ciudades y en los centros comerciales abren una pesjoyería tras otra cuando los percebes encarecidos alcancen a las alhajas de bajo coste. Llegará a darse la duda de festejar un aniversario de boda con un diamante -que es para siempre- con unos percebes que no se hayan probado nunca.