La familia, en el proceso de superación del patriarcado, adquiere nuevas formas de vida y de relaciones entre sus miembros, adaptándose a los cambios de la sociedad. La situación actual en España es el resultado de rupturas y disociaciones que hemos vivido en los años ochenta. Las rupturas hacen referencia a la familia nuclear, que había dominado y perdurado durante la era industrial, a la división del trabajo, a la tenencia y crianza de hijos independientemente de la actividad sexual en el matrimonio, a la redefinición de roles en la familia, a la disociación entre sexualidad y reproducción, incluso la disociación de la reproducción y las funciones sociales y personales de la familia, es decir la tenencia de prole por parte de la mujer sin conocer varón, la «ruptura entre biología y sociedad». La evolución de la familia y sus formaciones ya no nos permiten hablar de familia, como si sólo hubiera un modelo, sino de familias (más del 23% de hijos nacidos fuera del matrimonio en España, en 2004).

No se trata de cómo queramos que sea la familia, sino de constatar cómo es ahora la realidad de las familias en España. Y la realidad es que disminuye el número de nacimientos; que existen divorcios, la mayoría de mutuo acuerdo; que existen familias monoparentales (una parte tiene responsabilidad de la educación de los hijos); que también hay parejas que conviven de facto, sin casarse, etc.

La crisis de la familia patriarcal afecta a todas las esferas sociales, a la economía, al mercado del trabajo, al consumo, a la política, al derecho y a la cultura (Manuel Castells, 1998, p. 159), pero también a las relaciones personales y biográficas de sus miembros.

Conviven al mismo tiempo las formas de organizar la convivencia de pareja, con las perspectivas de formación y profesionales de mujeres y hombres, con los modelos de roles de mujeres y hombres a la hora de afrontar las exigencias profesionales y familiares, así como con las diferentes situaciones familiares en las que crecen los hijos: con padres casados, en familias de hecho en las que los padres no están casados, en familias con un padrastro o una madrastra y en familias monoparentales en las que la responsabilidad la tiene una madre sola o un hombre solo. Los comportamientos de las personas respecto a cuestiones vitales van cambiando conforme varían las circunstancias y los condicionamientos sociales y económicos.

No cabe duda de que tanto la bonanza económica de los últimos años en España, como la incorporación casi masiva de la mujer a la educación y al mercado de trabajo, o la llegada de extranjeros, han creado las condiciones para que cambien determinados comportamientos sociales.

Las políticas que los socialistas hemos llevado a cabo en la última legislatura y proponemos para después del 9 de marzo reflejan la apuesta decidida por dar respuesta a los problemas reales de las familias que existen en España.

Las personas, las mujeres y los hombres, se reúnen en parejas según su propio criterio, definiendo qué es y quiénes pertenecen a esa comunidad que llamamos familia, rompiendo una vez más con criterios como el de género, masculino-femenino, padres-madres e hijos. Esta evolución puede gustar más o menos, pero rompe con los modelos anteriores de comportamiento orientados por normas sociales prescritas y avaladas por la tradición y la fijación de roles.

Las políticas socialistas para las familias reconocen el papel fundamental que éstas desempeñan en la sociedad, pero se basan en la realidad actual y en el modo que se organizan las personas en el proceso de convertirse en familia. Esto incluye a madres solteras, padres, hombres y mujeres que viven juntos, hombres que viven juntos, mujeres que viven juntas. Unas veces se convierten en familia organizando una dependencia económica; otras, una dependencia emocional o teniendo hijos, etcétera. Hay que subrayar, pues, el realismo de tener una imagen abierta de la familia.

*Portavoz socialista de la Diputación de Valencia